Se trata de ser sutiles. Pero, sobre todo, útiles: no caer en alarmismos, estar atentos a los cambios y resultar precisos en los análisis. Últimamente solo hay una cosa permanente y es que las cosas cambian. Y a nosotros nos corresponde mejorarlas
Cuidado con los prejuicios, los dogmas y las ideologías excluyentes, porque lo único que permanece constante es el cambio. Somos, por ejemplo, un país de emigrantes. De acuerdo. Pues ahora mismo, según los últimos datos disponibles –los del año 2020– el saldo migratorio con la capital del Reino es positivo: 2.734 personas se trasladaron en ese periodo de Madrid a Asturias; mientras que de Asturias a Madrid fueron solo 1.598.
No quito ni pongo nada. Somos también la comunidad con menor índice de paro entre la población inferior a 25 años: según la última encuesta de población activa –la del cuarto trimestre de 2021– nuestra tasa de paro juvenil es del 10,43%; tres veces inferior a la media española, del 30,70%. En ese orden de cosas, en todo el año pasado, los asturianos conseguimos crear 11.800 puestos de trabajo; con lo que estamos muy cerca de los 400.000 empleados.
Nuestro saldo migratorio con la capital es positivo, estamos aumentando los nacimientos…
Y, como no hay dos sin tres, estamos aumentando, bastante más que nuestros vecinos, el número de nacimientos totales: en concreto, en los siete primeros meses de este año 2022 registramos 2.831 alumbramientos, un 5,8% más respecto al mismo periodo del año anterior.
En fin. Yo les confieso que no tengo ni idea de lo que puede significar todo esto. Ser, es verdad. Pero desconozco si representa el comienzo de una tendencia esperanzadora, se queda en un trampantojo estadístico sin más o no llega ni a malintencionado bulo informativo diseñado para distraernos de lo realmente importante. Lo único claro es que la realidad sigue cambiante, toca estar atentos a lo que pasa, y hay que actuar con serenidad, porque nada queda más ridículo que asustar a todo el mundo por la subida de la marea cuando las aguas ya se están retirando.
Desconozco si se trata del comienzo de una tendencia esperanzadora o de un trampantojo estadístico
En nuestro pequeño y verde país, nuestro mayor problema se resume en que muchos de nuestros mayores problemas siguen siendo los mismos; insistentemente, una y otra vez, año tras año, gobierno tras gobierno, seguimos con los mismos problemas de siempre: que si los atrasos en las comunicaciones, la despoblación en las alas, el desprecio a nuestro patrimonio, el poco emprendimiento empresarial o las lamentables ocurrencias de nuestros políticos. Y no avanzamos; demasiadas veces parecemos condenados a vivir en un bucle repetitivo y catastrofista del que, hagamos lo que hagamos, no acabamos de salir.
Pero no es verdad. Las cosas cambian. Y las personas también. Fíjense, si no, en nuestro Reino vecino, el que tenemos al otro lado del mar: en días cambiaron de primera ministra y de monarca. Y no están solos, hay más cambios en el mundo y todos nos afectan. El precio de los fletes internacionales, por ejemplo, con caídas superiores al 60%, y ya en niveles pre-pandemia. O la bajada del precio del petróleo: a 90 dólares barril. O la subida de los tipos de interés, la mayor decretada en 22 años por el Banco Central Europeo. O el fin de la pandemia. O la contraofensiva ucraniana. O la escasez de materiales. O la inflación. O la desglobalización. O el cierre del horno alto. O el parón de Amazón.
Sutiles. Se trata de ser sutiles. Pero, sobre todo, útiles: no caer en alarmismos, estar atentos a los cambios y resultar precisos en los análisis. Es la mejor manera, casi la única manera, de servir a correctamente a los demás y a nosotros mismos, como país y como personas. Y es que, como intento explicarles con todos estos ejemplos, últimamente solo hay una cosa permanente y es que las cosas cambian. Y a nosotros nos corresponde mejorarlas. Solo eso, no pido más.