Por Inaciu Iglesias, en El Comercio
El problema no es que la Princesa d’asturies se vaya –o no– a Gales. La cuestión es comprender por qué ninguna princesa viene a estudiar a Asturies
¿Por qué no disponemos de colegios que atraigan talento –y dinero– internacional? Deberíamos preguntarnos cuánto de nuestro dinero –público y privado– queremos invertir en ello
Ya nadie habla de ello, pero cuando hace unos días se anunció que la princesa d’Asturies se iba a estudiar al país de Gales, algo se removió. Hubo polémica, sátira y crítica pero, a mi entender, la cosa no se planteó del todo bien. En mi opinión, el problema no es que la princesa d’Asturies se vaya a estudiar –o no– a Gales. No. La cuestión, la verdadera cuestión, es comprender por qué ninguna princesa –ni de Gales ni de ningún otro sitio– viene a estudiar a Asturies: por qué a nuestro pequeño y verde país, con una Universidad cuatro veces centenaria, no viene, ni vino –nunca– ningún príncipe, ni princesa; ni siquiera d’Asturies. Sobre todo d’Asturies. Eso dice mucho de nosotros.
¿Qué podemos ofrecer? ¿Qué institutos de primer nivel –de élite, si quieren– tenemos? ¿Ninguno? ¿Y por qué? ¿Y por qué no? Sinceramente, creo que estas son las preguntas que deberíamos hacernos. Como sociedad, digo: ¿Qué queremos ser de mayores? ¿Es bueno protestar por todo? ¿O deberíamos identificar oportunidades? ¿Tenemos que escandalizarnos –o reírnos– porque nos anuncian que una princesa se va a estudiar fuera y luego olvidarlo? ¿O podríamos hacer algo? ¿Por qué no disponemos, en nuestro pequeño y verde país, de colegios que atraigan talento –y dinero– internacional? ¿Por nuestro clima? ¿Por nuestros idiomas? ¿Porque somos unos paletos? ¿O porque lo cómodo es no hacer nada? Y la pregunta del millón: ¿Son excelentes nuestros colegios públicos porque no son elitistas? ¿O lo son los privados? ¿Y por qué no lo son? ¿Y nuestra Universidad? ¿Es excelente porque, aquí, directamente, no tiene competencia privada?
Algo estamos haciendo mal. Miren: en la serie británica ‘The Crown’ nos explican –capítulo sexto, temporada tercera– cómo, al entonces Príncipe de Gales (que, por cierto, sigue siendo el mismo de ahora), ante su inminente investidura del año 1969, se le envía todo un semestre a la Universidad, pública, de Aberystwyth para aprender galés y así poder pronunciar un buen discurso el día de su proclamación. ¿Se imaginan? ¿A la Princesa d’Asturies estudiando en nuestra Universidad? ¿Para aprender asturiano, conocer nuestra historia y poder, así, pronunciar un buen discurso dirigido a todos nosotros? ¿Se lo imaginan?
Yo tampoco. Y es que sufrimos un ninguneo continuo. Y perdemos muchas oportunidades. Y lo peor es que no reparamos en ello. Da igual que nuestros presuntos colegios de élite se autocalifiquen de internacionales, o se llamen en inglés, o en francés. Nadie los considera. Nadie importante, digo. Y, a lo mejor, es que no son para tanto y no les viene mal un poco de humildad (y, créanme, sé de lo que hablo: estudié en uno de ellos). Y cometemos demasiados errores peleándonos con que si la enseñanza pública esto, que si la enseñanza privada aquello, que si la concertada no sé que más… O pensando que el problema es dónde estudian –o dejan de estudiar– los príncipes o las princesas: la misma Reina Letizia fue a un colegio público de los de toda la vida (y, casualmente, también sé de lo que hablo: también estudié allí) y no veo que eso le genere demasiadas simpatías entre los antimonárquicos.
La cuestión, la verdadera cuestión, es dónde estudiamos nosotros; todos y cada uno de nosotros: los reyes, dueños y señores de nuestras casas. Deberíamos preguntarnos cuánto de nuestro dinero –público y privado– queremos invertir en ello. Qué rentabilidad –económica, política, cultural– vamos a sacar de ello. Y cómo vamos a conseguir – como país– que nuestra educación sea, toda ella, excelente. Sin olvidar que ninguna excelencia se consigue –nunca– igualándonos por abajo.