Somos unos provincianos acomplejados, con vértigo a enfrentarnos a nuestra propia identidad. Nuestra Universidad anunció que iba a esconder todas sus comunicaciones en asturiano, porque usar esa lengua podría ser delito. No como en inglés, que es muy oficial aquí y en Massachusetts
Ni caso. Nadie nos hace ni caso. A los asturianos, digo. Nadie nos escucha, somos unos parias y no pintamos nada: ni política, ni mediática, ni económicamente. Y menos que vamos a pintar. Y es que los datos son tercos: en productividad, riqueza y población perdemos posiciones desde hace décadas. Es un continuo y por eso lo de bajar del millón de habitantes no es la enfermedad, es otro síntoma. No somos ni capaces de generar para los nuestros las suficientes oportunidades vitales y productivas y les obligamos a emigrar: los malqueremos, nos malqueremos, nos desangramos y no terminamos de encontrar nuestro sitio en este nuevo siglo.
No sabemos qué hacer. No encontramos nuestro modelo. Lo de jugar a ser los pelotas de la clase no nos funcionó. ¿De qué nos valió ser una autonomía obediente, leal y solidaria, de las que dicen que sí a todo; no como esos separatistas –catalanes, vascos, gallegos, canarios, sorianos y yo qué sé– que solo miran por lo suyo? No nos valió de nada. Y tampoco nos funcionó el alter ego de ser los más revoltosos del lugar: los revolucionarios del ‘hai qu’armala’, los que más neumáticos queman en la autopista (incluida la del mar) o los que más sangran a impuestos a los ricos herederos mientras les pedimos, inútilmente, que no se vayan a cotizar a otro lado. No creamos empleo, no somos atractivos, no mandamos nada, no influimos nada, ni ministros asturianos tenemos y nuestros presidentes lucen bien poco en las fotos de grupo.
Con la mitad de lo que nosotros tenemos, otros países sacarían mucho más provecho
En cuanto encienden los focos de Madrid nos asustamos
Y sin embargo tenemos muchas cosas de las que sentirnos orgullosos. Yo lo oigo continuamente, aunque sea una contradicción: somos serios, aquí se vive bien y disponemos de un montón de talento, productos y empresas muy, pero que muy, interesantes que, sin embargo, nadie conoce. Por eso creo que podemos hacerlo mucho mejor. Solo con la mitad de lo que nosotros tenemos, en otros países le sacarían el doble de provecho. Solo con nuestra pequeña historia –un reino medieval que mantiene su bandera, sus fronteras y sus instituciones desde hace más de mil años– otros ya habrían construido un relato identitario facilísimo de monetizar. Y mientras tanto, nosotros, nada. Ni autonomía histórica supimos ser. Ni nos atrevimos entonces ni lo hacemos ahora.
Unos cobardes, eso es lo que somos: unos provincianos acomplejados con vértigo a enfrentarnos a nuestra propia identidad. Y todo porque decimos que eso del patriotismo es muy polémico, cargado de ideología y peligroso. Pero seguimos repitiendo como papagayos –en un mal cursillo de autoayuda– la ineludible necesidad de acometer medidas valientes, asumir riesgos, emprender retos, derribar techos de cristal, conocernos mejor, superar límites, trabajar en equipo, ganar tamaño, proyectarnos al exterior, querernos más y respetar al diferente. Mentira. Es todo mentira porque, en cuanto se encienden los focos de Madrid, nos asustamos, escondemos el acento y renegamos de todo lo nuestro; no vaya a ser que empecemos con un ‘ye’ y acabemos siendo separatistas.
¿Creen que exagero? Pues no lo hago. Hace poco, nuestra propia Universidad anunció que iba a esconder todas sus comunicaciones en asturiano porque usar esa lengua podría ser delito. No como en inglés, que es muy oficial aquí y en Massachusetts. Y no, señoras y señores, así no vamos a ninguna parte: con esa empanada mental es normal que no nos respete nadie. Somos asturianos, estamos orgullosos de ello y necesitamos proclamarlo muy alto. Pero no por romanticismo, sino porque solo si nos tomamos en serio, creemos en nuestras posibilidades y asumimos nuestros propios riesgos, otros lo harán también.
Predicar con el ejemplo, se llama. Y se da en primero de carrera.