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Reconstruir

por netastur

Por Inaciu Iglesias, en El Comercio

Encontrar culpables tranquiliza. Es un mecanismo de defensa: nos reafirma en nuestros prejuicios, constituye el primer paso para ejercer la superioridad moral y alivia nuestras cargas. Y, así, dejamos la presunción de inocencia solo para los cobardes: antes que ejercer la autocrítica, resulta más fácil encontrar a otros –el gobierno, la oposición, los ricos…- más criminales que nosotros; otros que lo hagan peor. 


         Nos está costando salir de esta crisis. Nos está llevando vidas y sacando lo mejor, y lo peor, de nosotros mismos. Y nos va a llevar sangre, sudor y lágrimas reconstruir una normalidad que va a ser de todo menos normal. Es verdad que los datos macroeconómicos son espeluznantes y da igual que en nuestro pequeño y verde país vayamos librando bastante bien; que podamos, incluso, considerarnos afortunados: como buenos provincianos que somos, nos cuesta estar orgullosos de nosotros mismos. 


         No es bueno que se nos llene la boca pidiendo unidad mientras nos empeñamos en aumentar las distancias entre nosotros. Para empezar, entre las izquierdas y las derechas. Resulta ocioso y no ayuda nada -en las circunstancias actuales- seguir repitiendo que los de izquierdas tienen ideales y los de derechas intereses. O que los de derechas son gentes de orden y los de izquierdas aspirantes a mantenidos. O que unos defienden lo público y otros las privatizaciones. Entre otras cosas porque no es verdad. No es verdad que solo los de izquierdas quieran progresar y solo los de derechas conservar injusticias y privilegios. Y mucho menos aquí, en el caso asturiano, cuando los que detentan el poder –y lo conservan desde casi siempre- son precisamente las izquierdas. 


         Debemos, también, cambiar la forma de ver la relación entre lo público y lo privado. Esa es otra de las grandes distancias que tendremos que acortar. Tenemos que cooperar más en la sanidad, en la educación, en la comunicación, en el empleo… en todo. Y, para eso -aparte de superar prejuicios estériles- tendremos que echar algunos números y hacerlo con mucho cuidado de por dónde empezamos la ecuación. Y lo explico. Si los países avanzados disponen de unas prestaciones públicas -y privadas- de calidad, es porque se las pueden permitir. Por eso resulta demasiado fácil y engañoso pretender que si nosotros consiguiéramos –por decreto- disponer de esos mismos servicios acabaríamos como ellos. Porque no funciona así. Comprar yates no convierte a nadie en millonario. Los ricos no son ricos porque tengan grandes barcos, grandes casas o mucho servicio. Es al revés. Los tienen porque son ricos.


         Por eso, ahora, lo que toca es construir sobre lo que tenemos. Y cuidarlo. A la fuerza estamos aprendiendo lo frágil que es la economía, lo dependientes que somos unos de otros y lo fácil que se destruye la riqueza. Y, así, nos estamos dando cuenta de que el comercio -el intercambio de bienes y servicios- es la base de nuestro sistema. Un sistema en el que todos somos importantes, no sobra nadie y el talento nunca se debe desperdiciar. Y en el que nosotros, además, tenemos un porcentaje de sector industrial relevante: un veinte por ciento de nuestro PIB. Todos esos son nuestros principios. Auxiliarnos entre nosotros -entre las familias, las empresas y las personas- es el camino. Y el objetivo está en volver a equilibrar nuestro ecosistema. Con bases nuevas. Entre todos. Y olvidando las fórmulas excluyentes, porque no funcionan. 


                  Ayudar a los pobres destruyendo a los ricos no funciona. Redistribuir la riqueza eliminado las fortunas -grandes y pequeñas- es una mala idea. Y fortalecer a los débiles debilitando a los fuertes es un error. Si algo nos demuestra la historia es que no se favorece a los trabajadores asfixiando a las empresas: porque todos somos dependientes; y, por eso -ahora más que nunca-, resulta absurdo pretender formar el carácter de las personas suprimiendo su iniciativa o independencia. 


         Casi tan absurdo como pretender eliminar a los genios para que el pueblo sea más inteligente.

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