Por Inaciu Iglesias, en El Comercio
Poco a poco -muy poco a poco- volvemos a la normalidad y ya empiezan a surgir las grandes cuestiones. ¿Qué podemos hacer? ¿Cómo vamos a funcionar? Y, sobre todo… ¿Quién va a pagar esto? Y, a falta de otros matices, aparece la respuesta fácil, la de siempre, la que no compromete a nada y lo dice todo: los ricos. Claro que sí; eso es lo fácil: que paguen los ricos, los que más tienen, las grandes fortunas. Y es que no hay derecho ¡hombre! a que el 1% de los ricos del mundo acumule el 82% de la riqueza global. O, bueno, el 45 % según otras fuentes. O el 99 %. O qué más da. El caso es que es muchísimo. Es insostenible. Es una vergüenza.
Y además lo dice el gobierno; el propio Vicepresidente del Gobierno español lo declaró esta semana en el Senado: “son necesarios instrumentos como una tasa de reconstrucción que permita a las grandes fortunas, que lo están deseando, ejercer su solidaridad, aportando recursos directamente a las arcas públicas». Así que ya está; de eso se trata: de facilitar que “las grandes fortunas paguen los impuestos que les corresponden”. Que, además, lo están deseando.
Y ahí es donde empezamos a liar las cosas. ¿Las grandes fortunas pagan los impuestos que les corresponden? ¿Los mismos que en Europa? ¿Y las medianas fortunas? ¿Y las pequeñas? ¿Y por qué lo llaman fortunas si lo que quieren decir es empresas? Y antes de marearlos con más datos, les adelanto la solución final: no. La verdad es que no. Nuestras empresas no pagan lo mismo que en Europa porque, en Europa, la economía sumergida ronda el trece por ciento, mientras en España llega al veinticuatro. ¿Y en Asturies? Pues no lo sé.
Y esa es la clave que lo distorsiona todo. Esa incapacidad para combatir el delito es la que explica que, al haber demasiada gente que no paga, los que pagamos, pagamos demasiado. Es como si, con esto del coronavirus, nos dijeran: “Ya que algunos no respetan el confinamiento, vamos a obligar a los que sí lo cumplen a quedarse más tiempo confinados”. Para compensar. ¿Ridículo, no? Pues así todo.
Y les doy cuatro ejemplos. Uno: el coste de la energía; que es el doble que en Europa, por los impuestos que incluye el recibo. Dos: las cotizaciones sociales; que son un treinta por ciento más altas que en Europa cuando nuestra prioridad es crear empleo. Tres: el impuesto de patrimonio; que en Europa, directamente, no existe (si quieren hablar de armonización fiscal empecemos por ahí). Y cuatro: la mala burocracia, que tanto nos penaliza; en tiempo y en dinero. Todo eso por no hablar del impuesto de sucesiones. O de otras cosas.
¿Y en qué se traduce todo esto? Pues en que, aunque la presión fiscal teórica de España sea del 35,2 y la de Alemania del 41, nuestro índice real llega al 1,37 mientras que el de Alemania se queda en el 1,02. O, dicho de otra manera: nuestro tipo efectivo, el real, se sitúa en el 24,8 frente al europeo que está en el 21. ¿Y de quién es la culpa? Pues, lo siento por el tópico, pero del Gobierno. Combatir el fraude fiscal es cosa de los gobiernos. De todos. Y nada de eso se sustituye riñendo a las empresas –o a las fortunas, como ellos dicen- acusándolas de anticuadas, ineficientes y no competitivas. Y amenazándolas con subir impuestos.
¿Se acuerdan del ministro Montoro? Sí hombre sí; aquel que dijo lo de: “si el IVA lo pagaran más quienes lo tienen que pagar no habría que subirlo tanto”. Pues ahora tenemos la versión progre.