Por Inaciu Iglesias, en El Comercio
Llevamos ya más de un millón de muertos y más de cincuenta millones de afectados en esta pandemia. Que se dice pronto. Y en todo este tiempo -en me dio de tanto sufrimiento y tanta incertidumbre- algo tuvimos que aprender. Por supuesto. Aprendimos, por ejemplo, que las vi das importan -probablemente lo que más- y que son frágiles; y que da igual lo que pensemos, lo que neguemos o lo que conspiremos: lo importante es lo que hagamos, porque el virus no razona pero nosotros, las personas, sí. Y llevar mascarilla, evitar aglomeraciones o limitar los viajes es importante y es decisivo y no depende solo de los gobiernos. Depende de nosotros.
Medir, medir y medir. Todos los sistemas de gestión coinciden en la importancia de tres factores esenciales: medir, medir y medir. Ahí empieza todo. Luego ya vienen el análisis de los datos, la elección de estrategias y el proceso concreto de toma de decisiones. Pero, de entrada, sin una buena base no hay nada que hacer. Por eso lo primero son siempre los números, las certezas, los datos: porque si no conocemos con precisión lo que está pasando, lo acabaremos decidiendo todo a cie gas, por intuición y dando tumbos. Y, así, con continuas enmiendas a la totalidad, teorías conspirativas de lo más variopinto y unos enormes pies de barro no hay gigante que resista la marcha.
Rastreadores, pruebas y mapas. Si tuviéramos un conocimiento más exhaustivo, pormenorizado y trazable de cómo evoluciona la enfermedad, todo se ría más fácil. Y podríamos tomar decisiones más quirúrgicas y certeras y puede que más dolorosas, pero también más precisas. ¿Es más efectiva la inmunidad de rebaño o el confinamiento masivo? ¿Son seguros los espacios abiertos o lo es el aislamiento familiar? ¿Es mejor cerrar los colegios, los ambulatorios, los institutos o nada de lo anterior? Pues, honestamente, yo no lo sé, me faltan datos; y, por eso mismo, creo que deberíamos gastar más -pero muchísimo más- en conocer, conocer y conocer.
Muchos negocios, muchas familias y muchas personas lo están pasando mal con tanto cierre. Bajar la persiana es duro, muy duro. La salud es lo primero y vivir es importante, pero tener con qué hacerlo también lo es. No deberíamos olvidarlo: el comercio, el intercambio de bienes y servicios, lo es todo, es la base de nuestro sistema. Y si algo estamos aprendiendo en esta crisis es a distinguir lo importante de lo accesorio, a saber que todo cuenta, y a entender que igual que no podemos estar siete meses sin comer o siete días sin beber, tampoco podemos sobrevivir a siete minutos sin respirar. Lo que quiero decir es que todos los sectores son esenciales; para las familias que vi ven de ellos, lo son: son su propia vida.
Esta pandemia va a llevar tiempo. Solo hace una semana nos anunciaron la eficacia de la nueva vacuna que nos llena de esperanza. Suena muy bien, alegrémonos, pero no bajemos la guardia, porque nos queda mucho por aprender y tendremos que poner especial cuidado en no intentar arreglar problemas coyunturales con gas tos estructurales. Ni viceversa. Es decir, no pretender arreglar problemas estructurales con par ches coyunturales. Todos contamos y no recuerdo muy bien quién, pero alguien calificó hace tiempo nuestro sistema parlamentario como una democracia de tenderos. Y a lo mejor lo hizo como un insulto -puede ser-, pero a mí me pareció una definición estupenda, porque eso es lo que somos, o lo que deberíamos ser: una democracia de mercachifles, comerciantes y tenderos; un país de propietarios donde todos dependemos de todos y todos nos ayudamos.