Por Inaciu Iglesias, en El Comercio
En nuestro pequeño y verde país, la verdadera división política es la que se está dando entre los que creemos en nuestras propias posibilidades y los que no
«Precisamente para poder manejarnos se dedicaron a hacernos débiles»
«Eso es Asturies, España y Europa para ellos: un gran cajero; un cajero automático»
Ni derechas contra izquierdas ni apocalípticos contra integrados ni ricos contra pobres, aldeanos contra ciudadanos o modernos contra antiguos. En nuestro pequeño y verde país, la verdadera división política es la que se está dando entre los que creemos en nuestras propias posibilidades y los que no; entre los que confiamos en poder proporcionar trabajo y un futuro decente a nuestros hijos, y los que no; entre los que nos negamos a seguir viviendo del subsidio, del rescate o de la solidaridad de los otros. Y los que no.
Y ya no vale ser neutral. En momentos así hay que tomar partido. Y, en este sentido, yo me declaro completamente a favor. De los primeros, digo: de los que queremos ser adultos, seguir vivos y cambiar las cosas. Y digo cambiar porque, hasta ahora, estuvieron ganando –y por goleada– los últimos, los eternos adolescentes, los que nos quieren muertos y enterrados y sumisos para seguir, otros cuarenta años más, mantenidos con nuestros votos. Y a callar.
Por su culpa, llevamos más de cuatro décadas – once legislaturas ya– gobernados por auténticos sinvergüenzas que, precisamente para poder manejarnos se dedicaron a hacernos débiles.
Que nos demostraron con palabras grandilocuentes que no teníamos ningún futuro; que nos sermonearon con que nuestro carbón era inviable, nuestro acero era inviable, nuestra leche era inviable, nuestro campo era inviable y todo lo nuestro era inviable; que nos explicaron cómo vivíamos gracias a las pensiones y las ayudas que nos llegaban de afuera; que nos convencieron de que ellos mismos nos las conseguían; que nos mitinearon con que si no teníamos trenes ni autopistas ni aeropuertos era por nuestra culpa. Que nos acomplejaron con ser la comunidad más beneficiada por el Estado y agradecidos; que nos machacaron con que a más autogobierno, peor nos iba a ir; que nos hicieron dependientes de todos los fondos, los mineros, los estructurales y los europeos; y, en definitiva, que nos habilitaron como clases pasivas permanentes.
Y nosotros, ingenuos, nos lo tragamos. Y asustados y acomplejados, como buenos provincianos, renunciamos a lo poco que éramos y a lo mucho que podíamos ser. Todo para que no se enfadaran sus señorías, que nos permitían sobrevivir y pudieran presumir y explicar en sus despachos que aquí no había problemas de regionalismo, ni de sindicalismo, ni de asociacionismo, ni de nada, de nada, de nada porque para eso ya estaban ellos: administradores sin principios dirigiendo a gentes sin memoria.
Y ahora, que pretendemos levantar un poco la cabeza, los de siempre nos vuelven a insultar. Y nos llaman oportunistas sentimentales y tontos útiles y traidores desmemoriados y centrífugos insolventes y separatistas insolidarios y ensoñadores míticos y vividores del cuento y rancios inventa-problemas y muchas cosas más, solo porque nos atrevemos a hacer nuestra propia política. Eso es lo que les molesta tanto, eso les ofende, eso les cabrea: que –como asturianos– propongamos cosas; que nos atrevamos; que mordamos la mano que les da de comer; que les desmontemos los tinglados porque ahora no toca, porque siempre hay cosas más importantes y porque su proyecto es disolvernos en la nada.
Esa es su fórmula secreta: nada. No decidir nada. Seguir esperando a que lo arreglen los otros y no hacer nada. Eso es Asturies, España y Europa para ellos: un gran cajero, un gran cajero automático del que seguir extrayendo dineros, discursos y promesas cada vez más falsas. Y a callar.
Y por eso, los que queremos dejar de extraer para empezar a contribuir al común no nos vamos a callar: porque somos adultos y estamos a favor; muy a favor de lo nuestro.