Por Inaciu Iglesias, en El Comercio
El día después: tenemos que pensar ya en el día después porque, en algún momento, esto se acabará y habrá que volver a la normalidad. Aunque todos sepamos que ya nada va a ser normal. Por supuesto, superaremos la crisis sanitaria; pero después vendrá la económica y luego la política. Y de nosotros dependerá que las consecuencias de toda esta pandemia sean mejores o peores.
Habrá que ir por partes. Lo primero será enterrar a los muertos. Todos ellos quedarán, ya para siempre, en nuestra memoria y eso nos ayudará a relativizar muchas cosas. Qué inútiles nos parecerán otras preocupaciones. Qué frívolas. Qué lejanas. Dignificar su recuerdo será, como digo, lo primero. Y lo segundo –nuestro mejor homenaje y casi nuestra obligación- será seguir viviendo. Seguir peleando. Seguir arriesgándonos. Entre otras cosas porque se lo debemos, y no podemos seguir encerrados para siempre. Y no habrá test, ni mascarilla, ni seguimiento de contactados ni “minimización de clima contrario a la gestión de crisis por parte del Gobierno” que pare nuestra voluntad de seguir adelante.
Juntos lo conseguiremos. Estoy seguro. Pero les admito que, en todo esto, hay algo que me preocupa: los extremismos, la polarización de las opiniones, la necesidad casi patológica de buscar culpables. Ya sé que no lo podemos evitar: una crisis de este tipo despierta lo mejor del ser humano. Y también lo peor. Y, así, somos capaces de aplaudir a las ocho a los sanitarios y, a las ocho y media, dejar una nota en el portal pidiéndoles que se vayan del edificio. O pedimos respeto a las autoridades cuando, hace cuatro días, éramos nosotros los que nos indignábamos reclamando dimisiones por cosas que ahora nos parecen tonterías.
Necesitamos perspectiva. Es la vida la que nos mete en problemas y somos nosotros los que salimos de ellos. Y, por eso, de lo que hagamos todos y cada uno de nosotros dependerá nuestro futuro. Todo es nuevo. Y –admitámoslo- estamos sorprendidos de lo disciplinados que venimos siendo: estamos aceptando el confinamiento con una entereza ejemplar; media humanidad está en sus casas y si nos lo llegan a decir hace cuatro meses no lo íbamos a creer. Pues bien, ahora tenemos la oportunidad de aprovechar esa entereza y disciplina y aplicarlas a la desescalada. Con sentido común. Con cabeza. Con criterio.
Ya habrá tiempo de pedir explicaciones. Y responsabilidades. Y de superar ese borreguismo adolescente que nos lleva a desentendernos de la cosa pública a la hora de contratar a nuestros administradores –se llaman elecciones- para después sorprendernos por que los elegidos –por nosotros mismos ¿por quién si no?- no están a la altura. La sociedad la construimos entre todos y la reactivación económica dependerá –entre otras cosas- de volver a comprar en la tienda de la esquina. O de empezar a hacerlo. Y de entender que todos somos necesarios. Los de derechas y los de izquierdas. Los del campo y los de la ciudad. Los empleadores y los empleados. Los administradores y los administrados. Todos tenemos algo que hacer en esto: todos tenemos algo de razón en lo que pensamos; y por eso -hoy más que nunca- todos tenemos que huir de los maximalismos. Y de los extremismos. Y de las soluciones fáciles a problemas difíciles. Y de pretender silenciar o eliminar o despreciar a los que no piensan como nosotros. Necesitamos construir y todos podemos hacer algo: cumplir con nuestras obligaciones, contribuir, ayudar. Cada uno en su medida. Y, por eso, si mis palabras sirven para que alguien pueda llevar esto un poco mejor –aunque solo sea un poco- yo mismo ya me doy por satisfecho.