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¿Y si la democracia fuese una “niña en cabellos”?

Por José Alberto Concha, candidato de FORO Llanes a la Alcaldía

por Comunicación Foro

(Aquel que) alguna fija (hija) de algún vecino niña en cabellos llevare o escarneciere, sea enemigo de todo el Concejo, y vayase de Llanes y de todo su alfoz, y nunca sea acogido en Llanes (…)
Fuero de Llanes, 1206 [1]

“Necesitamos salvar la democracia y ya no podemos estar más tiempo con los brazos cruzados esperando que lo hagan otros, precisamente aquellos que no parecen tener ningún interés en protegerla”
Salvemos la democracia
Marcelo López Cambronero[2]

El pasado 15 de enero, el editorial Democracias frágiles [3]del diario El País advertía del peligro que corren las democracias occidentales. En el artículo, se explicitan las siguientes amenazas: “la manipulación de los seguidores con realidades alternativas a través de las redes sociales, la inoculación en la opinión pública de la sospecha de elecciones robadas y la deslegitimación del adversario político a través de medios de comunicación o incluso de tribunales”.
Añadiendo a continuación que “la línea de puntos que traza el camino hacia el peligroso desenlace del asalto a los poderes institucionales está íntimamente conectada con el reclamo de los populistas de burlar el sistema de controles y contrapesos institucionales propios del liberalismo, y de transformar paulatinamente las democracias en autocracias electorales”.
Hasta aquí muy bien, pero el editorial, añadiendo sal a la herida que pretende curar, no encuentra culpable de estas conductas al eje del gobierno (PSOE, Podemos, separatistas) sino al de la oposición, PP, Vox; Ciudadanos, Foro (“los asaltos que han vivido grandes democracias avisan de la necesidad de fortalecer su supervivencia ante el liberalismo” sic).
A lo que se ve, poco o nada importa, lo antidemocrática que, en términos objetivos, pueda resultar una conducta sino solo y exclusivamente la alineación política de su autor.
De esta manera, todos coinciden en dos cosas: uno, la democracia está en peligro; dos, la culpa es del otro.

Sin embargo, frente al oscuro pronóstico de la división y el enfrentamiento civil que emana de este consenso, hay otra visión preñada de esperanza: tal vez la democracia no sea la enferma terminal a la que los unos desean administrar la muerte digna (que no sufra más) y los otros mantener en un estado artificial de semivida (como los magistralmente descritos por el genial Philip K. Dick en sus inquietantes y proféticos mundos).
Aquí, la democracia o Democracia, sería una “niña en cabellos”. Una de esas chicas que apenas alcanza la adolescencia y que se enfrenta, tan anhelante de certezas como sobrada de inseguridades, a un mundo amenazante e incierto. Una de esas chicas normales que nos cruzamos por la calle camino del colegio, en el parque, en la parada de autobús. Una chica que crece ante la incomprensión de los adultos – siempre con la letanía del reproche: ¡esta juventud, esta juventud, en mis tiempos, en mis tiempos! (olvidando que todos los adultos fuimos un día rebeldes sin causa, jóvenes incomprendidos)-. Un chica de barrio que se enfrenta al mundo virtual de internet, a la vida hiperconectada, a la velocidad vertiginosa del cambio, al culto a la imagen, al mundo conformado por la sociedad de consumo- y a ser ella misma conformada como objeto de consumo-, a la vida en las redes sociales y al sentimiento trágico del fin de los tiempos que nos invade a todos: ¿qué libro tomar si ni siquiera un lector avezado dedicando toda su vida podría alcanzar a leer una pequeña parte de lo más relevante?; ¿qué crear, qué escribir? ¿acaso no está ya todo escrito?
Y sin embargo, superponiéndose a todas las dificultades, pese a todas las tragedias grandes y pequeñas, esta niña crecerá para demostrar, para hacer patente en su experiencia, esa positividad de fondo que hace grande nuestra existencia y que afirma la bondad de este mundo maravilloso y el grandísimo don de una vida hermosa que merece ser vivida.

Es a Democracia, a esta pequeña que crece, a la que nos debemos, cuidándola y apoyándola. Muy noble es la tarea: ofrecerle unas pocas seguridades entre las que pueda mantener viva la esperanza.

La democracia se enfrenta hoy a realidades impensables para los teóricos que la diseñaron y los políticos que la llevaron a la práctica. La democracia, como nuestra joven, tiene que “reinventarse” (si se me permite la expresión) para adaptarse con garantías de éxito a una sociedad que se transforma a una velocidad a años luz de la que mueve a sus estructuras.
La globalización- y la conversión de todo aquí en un ahora- los poderes supranacionales; internet y el cambio en los paradigmas de la información y la creación de opinión; el mundo virtual y la pérdida de realismo; la tecnificación de la política, el distanciamiento con la realidad de los ciudadanos; la acción política basada en la demoscopia y la mercadotecnia con el objeto de maximizar el beneficio en el mercado de votos y la experiencia cotidiana y  asfixiante del peso del Estado, sino a través del puño de hierro, sí merced a la dictadura de lo políticamente correcto. De esta manera, intentar conservar los “talentos” de la democracia, como los del Evangelio, manteniéndolos encerrados bajo siete llaves en la caja fuerte, sería un intento tan estéril como inútil. Los “talentos” solo producen en el acto en el que se ponen en juego.

Un notable ejercicio, en este sentido, de “pensar” el cambio nos lo ofrece Marcelo López Cambronero en Salvemos la democracia (Ediciones Encuentro 2023). Este ensayo, sugestivamente subtitulado Para entender la política hoy, no es solo un canto a la esperanza sino que también señala algunas de las certezas que nuestra pequeña necesita para sobrevivir en estos tiempos convulsos: aceptar el conflicto, evitar la acumulación excesiva de poder, el respeto a las personas (nada más y nada menos que por el hecho de serlo) y a los derechos y libertades fundamentales.

La democracia es el mejor sistema que conocemos para resolver los conflictos inherentes a la convivencia en sociedad. En este sentido, la misma idea de propugnar una sociedad sin conflictos, es antidemocrática. Los individuos, que actúan libremente, tienen distintos intereses y motivaciones que es imprescindible arbitrar. Un buen ejemplo es el Plan General de Ordenación Urbana de Llanes: ¿dónde se traza la línea entre urbano y rural, cuantas viviendas se permiten hacer, con qué tipología, qué equilibrio se alcanza entre el desarrollo, la conservación y el legítimo interés de un propietario de construir en su parcela?
Claro que, gestionar conflictos, requiere un notable esfuerzo. Exige una actitud abierta a las razones del otro, cierta altura de miras, sin la que será imposible alcanzar una solución razonable en la que, al ganar y perder todos un poco, acaben ganando todos. Actitudes estas que faltaron en las últimas corporaciones municipales, y que aún faltan, y que comprometieron, y siguen comprometiendo, la aprobación de una norma urbanística por parte de nuestro Ayuntamiento (para el sonrojo de los gobernantes y perjuicio de los vecinos)

Podemos definir el poder (con Marcelo López Cambronero) como la capacidad de acción, esto es, mi poder estaría definido por todas aquellas cosas que puedo hacer. La teoría de la democracia viene a decir que si una persona (o cualquier colectivo u órgano colegiado) puede hacer lo que le dé la real gana acabará actuando despóticamente de una manera cierta, irremisible e ineludible (como a la marea baja sucede la alta o la noche al día) Esta es la condición de la naturaleza, aunque noble, “caída”, del ser humano. ¡Qué se va a hacer! Por tanto, la única defensa contra el despotismo sería el reparto de poder.
Es cierto que los individuos de nuestra sociedad nos hemos despreocupado en demasía por la res publica y no queremos que nos comprometan demasiado haciendo efectiva nuestra cuota de poder. Nos basta con ir, cada cierto tiempo, a depositar nuestro voto en la urna correspondiente. Más que nada, lo que deseamos de los gobernantes es que nos dejen vivir nuestra vida tranquilos – bastante tenemos con lo nuestro- mientras se ocupan razonablemente de la gestión pública.
Sin embargo, los “contrapoderes” están ahí. No me refiero solo a la oposición reglada (¿hace cuanto que la corporación municipal no aprueba una propuesta de la oposición?) A poco que se “rasque “en el entramado social aparece la sociedad civil que emerge en forma de asociaciones profesionales, sectoriales, de vecinos, clubes deportivos, bandos y comisiones de fiestas. Colectivos que deben participar de manera determinante, aportando su conocimiento, a la gestión municipal.

El respeto a las personas y a sus derechos y libertades fundamentales es la tercera de las certezas que, como la luz de un faro, queremos ofrecer a nuestra niña en cabellos. Un respeto inherente a la condición de ser humano en cuanto tal. También el respeto a su capacidad para tomar sus propias decisiones, aún a riesgo de equivocarse. La actual deriva totalitaria por la que el estado pretende regular hasta la dieta de los ciudadanos (comer una chuleta, un plato de jamón o beber una botella de vino) se expresa en todo su terrible alcance en el “no tendrás nada pero serás feliz”. Una idea ya antigua, aunque los déspotas del XVIII la expresaran de distinta manera: todo para el pueblo pero sin el pueblo.
No menos conflictivas, en términos de respeto, se han vuelto las relaciones entre iguales. Lo significativo es como el virus de la polarización y el enfrentamiento ha alcanzado, como si de un alter ego del SARS-CoV-2 se tratase, una dimensión global. La fractura social es un hecho.  Incluso en países como EE. UU o el Reino Unido que, por su tradición democrática, tenían por costumbre colocar a la nación por encima de los intereses particulares de los distintos partidos. Este fenómeno global tiene mucho que ver con las nuevas formas de consumo de la información. Por más que el dicho “no dejes que la verdad te estropee un buen titular” sea ya viejo, y que la historia del periodismo sea también la de las fake news, lo cierto es que el suministro de información (y la conformación de la opinión pública) ha cambiado radicalmente. Potentes computadoras (Inteligencia Artificial) analizan los gustos de los usuarios de ordenadores y dispositivos móviles para seleccionar la información pertinente que es rentable suministrar. Esta información no es otra que la que se corresponde con sus apetencias personales: se le da aquello que despierta su aquiescencia e interés. La deriva en la percepción del otro, del que piensa distinto, es inevitable. Desde una inicial y condescendiente acusación de “ignorancia” se acaba llegando a la gravísima declaración de “no persona”. De esta manera se explica el sorprendente espectáculo del 24 de enero en el que un grupo de fanáticos, autodenominados antifascistas, ejercían de fascistas en su intento de impedir el acceso a la universidad a la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Diaz Ayuso.

La democracia es también perspectiva. No se trata de abandonarse al relativismo. La realidad precede a la verdad y la verdad al bien. Quiero decir que por muy buena intención que pudiera tener, no dejaría de mandar al otro barrio a un hipotético paciente que cayera en mis manos para someterse a una intervención quirúrgica. De otra manera, y como reza el viejo dicho, de discutida paternidad, “de buenas intenciones están empedrados los infiernos”.
La realidad y la verdad, como adecuación del pensamiento con esa realidad que la precede, existen. No obstante, las perspectivas son infinitas y ni el más sabio de los sabios puede alcanzarlas todas. Un viajero que tenga la dicha de contemplar la impresionante vista de los Picos de Europa desde Los Caleyos, advertirá, delimitando el decorado en su parte inferior el pico de Culobardón.  Una forma plana y alargada, muy distinta de la que puede verse, la silueta del sombrero arrugado de un gnomo, aguas arriba del san Miguel camino de Mestas. Por si esto fuera poco, hay que añadir otra dimensión, la del tiempo. Pero, sin embargo, la montaña, es la misma.
En este mismo sentido, concluye Marcelo López Cambronero: “Nadie está en posesión de toda la verdad, aunque con mucha frecuencia tenemos, unos y otros, retazos de ella más o menos afinados o precisos. No alcanzamos toda la verdad por la sencilla razón de que la realidad es más rica que nuestras mentes individuales. Como dijo el niño a san Agustín en el célebre ejemplo, de la misma manera que el agua del mar no cabe en un agujero en la arena tampoco el mundo le cabe a nadie en la sesera. Esto nos obliga a contar con los otros si queremos acoger la riqueza de la realidad y entender el tiempo que nos corresponde vivir”[4].

Hay un último riesgo que quiero considerar. El de pensar que todo esto, aún admitiendo que pueda estar bien, es demasiado lejano y abstracto como para tener incidencia en una vida real y cotidiana circunscrita a esta bellísima franja de tierra entre la mar y la sierra del Cuera. Sin embargo, no es solo que -como advertía San Francisco de Sales – es muy probable que en nuestra vida no tengamos ocasión de realizar una gran obra y heroica, sino que todas aquellas pequeñas que sí podemos hacer pueden acabar transformando el mundo. La democracia que queremos, la niña en cabellos que nuestros antepasados juraron proteger, tenemos que empezar por hacerla realidad aquí, en la villa y en nuestros pueblos, para ejemplo y admiración de todos.

 

[1] La fecha es objeto de discusión

[2] Salvemos la democracia Marcelo López Cambronero, pág. 157 Ediciones Encuentro, Madrid 2022

[3] https://elpais.com/opinion/2023-01-15/democracias-fragiles.html

[4] Ver nota 3, página 153

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