A esto nos referimos cuando hablamos de gestión: menos pedir a otros subidas de salarios, bajadas de precios y reparto de beneficios, y más rigor al recaudar, cuadrar presupuestos y cumplir las leyes
Subir salarios, bajar precios, repartir beneficios. Suena bien. Como carta a los reyes magos suena bien, pero como estrategia económica, permítanme decirlo, tengo mis dudas. Es cierto que no hay sentimiento más humano –y más atractivo– que la compasión: sufrir con los demás, compadecernos de los desfavorecidos, ayudar a nuestros hermanos… Cómo será que algunos –por aquello de la culpa católica– pretenden hacerla obligatoria y rebautizarla como solidaridad. Nada nuevo. Por imperativo categórico, por legislación fiscal o por convención moral, de siempre, nos apoyamos unos en otros, compartimos lo que tenemos y vivimos en comunidad. Así que hagámoslo bien: construyamos en vez de destruir; olvidémonos de la demagogia de abajo el que suba, muerte al comercio y plátanos para todos, y apliquemos más estrategia, esfuerzo y rigor para conseguir más y mejores plátanos –quiero decir, beneficios– que poder repartir.
O prometer un resultado que nunca depende de ellos
Empezamos otra campaña electoral y ya estamos cansados de promesas, memes y soluciones infantiles. ¿Quiere usted prosperar en su negocio? Pues solo tiene que vender más caro, comprar más barato y reducir los gastos. ¿Se fiarían de alguien así? Pues hay analistas –muy trajeados– que cobran una pasta por decir cosas parecidas; eso sí, con palabros en inglés, gráficos en color y aplicaciones multimedia cuatro punto cero. Cuidado entonces con las respuestas simples y con pensar que la Administración –cualquiera de ellas– va a solucionar todos nuestros problemas, apagar nuestros incendios, aumentar los impuestos solo a los ricos (que nosotros ya pagamos demasiado y nunca recibimos bastante) y, además, reducir nuestra excesiva dependencia del sector público.
De sobra sabemos que la única manera de mejorar condiciones y repartir beneficios es que los haya
Menos consejos generales y más compromisos particulares. Lo que debemos hacer es exigir a nuestros administradores que cumplan con aquello para lo que tienen competencias. Y habilidades. Y posibilidades. No la felicidad temporal, ni la armonía demográfica, ni los enfriamientos globales. Pero sí que nos lleven bien las cuentas. Les pongo un ejemplo, un titular: «Siete de cada diez euros presupuestados para las cercanías el año pasado quedaron sin gastar». Y otro: «El ministerio deniega una ayuda de 9,4 millones porque el ayuntamiento (no importa cuál) no está al corriente de sus obligaciones tributarias ni frente a la Seguridad Social». Es aburrido, lo sé, pero lo primero que debemos pedir a nuestros políticos no es que sean simpáticos –o solidarios– en campaña, sino que cumplan: que paguen los impuestos con los que tanto nos amenazan. A eso nos referimos, los propietarios, cuando hablamos de gestión: menos pedir a otros subidas de salarios, bajadas de precios y reparto de beneficios, y más rigor al recaudar, cuadrar presupuestos y cumplir las leyes.
Y sin confundirnos de enemigo. Que todos somos clase trabajadora. Y de sobra sabemos que la única manera de mejorar condiciones y repartir beneficios es que los haya. Beneficios empresariales, me refiero. Y empresas. O, si lo prefieren, un ecosistema industrial, un tejido societario, un entramado –sano, denso y variado– de negocios, profesionales y comercios; una auténtica democracia de tenderos en la que poder mejorar las condiciones laborales y mercantiles de unos y otros. Porque así funcionan las cosas: cuando hay reglas claras y los profesionales y las empresas compiten entre sí, los precios bajan y los salarios suben; los beneficios se equilibran y las oportunidades se reparten. Oferta y demanda, quid pro quo, toma y daca. Y para que todos esos mercados funcionen, necesitamos muy buenos árbitros, mejores administraciones y reglas de juego inequívocas para todos. Es decir, políticos honrados que sepan pitar las faltas —y los penaltis— llevar bien las cuentas y no caer en la tentación de querer apuntarse los goles.