“Si aguantamos aquí es de milagro”, dicen en Tineo tras el corte del corredor del Narcea, que obliga a dar rodeos eternos: cinco kilómetros se convierten en veinticinco
Los vecinos de Tuña tardaban poco más de cinco minutos en ir a Soto de la Barca para comprar en la farmacia, echar la lotería o, un par de kilómetros más allá, proveerse en el cercano supermercado El Forcón. Ahora les lleva más de media hora de curvas, cuestas muy pronunciadas y camino infestado de baches. “Y si xela o nieva, ya imposible”. Sobre el mapa, apenas están a cinco kilómetros del que fuera pueblo boyante cuando la central térmica funcionaba a pleno rendimiento. En la práctica, ahora están a 25 kilómetros subiendo por los pueblos de Santa Marta y Llaneces de la Barca y bajando por Cetrales y Rodical. Es una de las consecuencias de la brecha abierta en el corredor del Narcea (AS-15) por el argayo que se cobró la vida de una mujer allandesa en la noche del sábado y que ha partido en dos esta parte del concejo de Tineo.
“Soto de la Barca era la ‘crème de la crème’. Había cine, colegio, piscina… Ahora todo es un pueblo fantasma”, cuenta Manuel Ángel Menéndez Iglesias, dueño de La Casera, bar que resiste junto a una farmacia en el pueblo tinetense. Si el cierre de la central térmica hirió de extrema gravedad a la localidad, el argayo lo hará de muerte si no hay pronta solución al corte del corredor del Narcea, apenas a unos metros del restaurante de Menéndez Iglesias. “Estamos en tierra de nadie. Ahora, aquí solo viene el que quiera venir exclusivamente al bar. Ya no pasa ni el tato. Ya no sé qué voy a hacer aquí. Cerró la térmica, cerraron las minas, cerró la gasolinera. Y nosotros estamos aquí de puñetero milagro”, clama pasado ya el mediodía y con el mostrador lleno de pinchos a los que no ha dado salida. “Y eso que solo hicimos diez u once”, matiza.
Otra de las consecuencias del corte en el corredor del Narcea es la imposibilidad de usarlo como conexión del centro de la región con parte de Tineo, Cangas del Narcea, Ibias, Degaña y Pola de Allande. Todo el tráfico proveniente de esas amplias zonas se canaliza ahora a través de la villa tinetense y hacia Salas por la antigua carretera nacional del alto de La Espina, toda vez que la demolición del defectuoso puente de La Barrosa impide usar el tramo más nuevo de nacional que aprovecha una de las plataformas de la futura en eterna autovía en construcción. Camiones y coches comparten un espacio que lleva años sin estar preparado para tanto tránsito. “Retrocedemos. Ahora todo el mundo por La Espina, que está fatal”, afirma Menéndez Iglesias.
«Cerró la térmica, cerraron las minas, cerró la gasolinera. Y nosotros estamos aquí de puñetero milagro”, dice el dueño del bar de Soto de la Barca»
Uno de los obligados a recurrir a la antigua nacional es José Miguel Fernández, que descansa en el bar de Manuel Ángel tras una jornada con el camión con el que habitualmente cubre la ruta entre Cangas del Narcea y Oviedo. “Abandonados estamos bastante. Este argayo debe tener una solución ya. Ahora solo faltaba que se cerrase La Espina y entonces quedamos aislados”, señala Fernández, que, sin poder utilizar el corredor del Narcea ni el tramo cortado por el incidente de La Barrosa, gasta “entre 30 y 40 euros más” de gasóil al día y más de media hora extra en la carretera.
Apenas termina su consumición el camionero cangués, entra otro vecino del mismo concejo en el bar de Soto de la Barca. Se llama Víctor Martínez y trabaja en la mina de oro de Boinás. Acabó su turno matinal, que arrancó a las siete de la mañana y para el que tuvo que salir de casa a las cinco y cuarto. ¿El motivo? “Ahora tengo que hacer cuarenta minutos más de ida al trabajo y otros cuarenta de más de vuelta. Estamos en el abandono total”, afirma el joven trabajador. Para a comer en La Casera. Si lo quisiese hacer en su casa, sería más bien a la hora de la merienda. El dichoso argayo le obliga a desviarse por el alto de Santarbás y conducir por una carretera “infame, estrecha y llena de piedras”. Y “en cuanto caigan cuatro copos”, advierte, “ya no se pasa y no podré ir a trabajar”.
«Ahora solo faltaba que se cerrase La Espina y entonces quedamos aislados”, lamenta un camionero cangués»
No es el único afectado de los centenares de trabajadores de la mina. Además de cangueses, los hay de Allande y de otras zonas desde las que ir hasta la explotación belmontina supone un suplicio tras el corte del corredor del Narcea. Es el caso de Miguel García y Johanna Soria. Ayer fueron a ver el estado del argayo para comprobar si avanzaban en su retirada. “Va a ser que no nos abren mañana”, lamentaba García tras darse la vuelta después de sorprenderse con el tamaño de las piedras y rocas que se desprendieron. “Ahora tenemos que ir a trabajar por una carretera que mete miedo”, afirman estos vecinos de La Espina. Se refieren al sinuoso camino de Santa Marta, con cuestas que hay que subir en primera: “Y esto es más tiempo y más gasóil”. Johanna no las tiene todas consigo y prefiere no permanecer demasiado tiempo en la zona cero del argayo mortal: “Pasé por aquí quince minutos antes de que ocurriera; si tardo un poco más, me pilla a mí”.
Se da la circunstancia de que la farmacia de Soto de la Barca cuenta con un botiquín en Tuña. Ambos servicios, situados antes a cinco minutos y cinco kilómetros en coche entre sí, están separados ahora por el argayo. Han tenido que reajustar horarios para dar servicio en ambos lugares. “Esto es un desastre pero hay que poner la mejor cara”, cuenta, resignado, Norlis González, farmacéutico adjunto que atiende el botiquín de Tuña. Para tratar con clientes y comunicar los cambios en la atención al público sufre las dificultades de la cobertura de teléfono, tan mermada como las comunicaciones por carretera: “Todo por correo electrónico, como hace años”.
Una trabajadora de la mina de Boinás: «Pasé por el lugar quince minutos antes; si tardo un poco más, el argayo me pilla a mí»
Unos metros más allá, en el centro del pueblo –Ejemplar en el 2000 y poco menos que incomunicado en el 2021–, varios paisanos toman el chato de vino del mediodía en el bar El Torro. Entre ellos, José Manuel Álvarez, alcalde de barrio. En Tuña ahora tienen que dar rodeo tanto para llegar a Tineo como a Cangas del Narcea. “La gente se queja, y es normal. Ahora hay que ir por carreteras por las que, por ejemplo, no pasan camiones grandes. Si pasan dos días y sigue cerrado el corredor del Narcea puede haber problemas de abastecimiento de pienso para los ganaderos”, afirma Álvarez ante la atenta escucha de Antonio y Miguel Ángel Menéndez. Sheila Álvarez, la camarera que les atiende, tercia en la polémica y saca a colación el estado de la vía cortada, principal canal de comunicación con Cangas, Ibias y Degaña. “En el corredor del Narcea salimos a accidente diario”, asegura.
Entretanto, llega el cartero a entregar cartas a varios de los clientes del bar. También trae un cártel para que se cuelgue informando del cambio de horarios del servicio farmacéutico. Llega tarde al reparto. “El argayo me parte la carretera en dos. Hice media hora y unos 22 kilómetros de más por vías secundarias que no están preparadas para soportar mucho tráfico”, narra Rubén Fernández tras la entrega de misivas. El dueño del negocio, Juan Camarero, le ofrece un café. “No puedo. Es tardísimo”, replica enfilando la puerta.
La autocensura que se aplican al principio los afectados cuando son preguntados por la situación, a veces por resignación y otras por mero pudor a exponer con crudeza su sentir, acaba saltando por los aires a medida que se meten en harina. Así, Camarero termina dando una receta drástica mientras sus parroquianos asienten con la cabeza: “Todos esos asesores de corbata que vengan a dar una vuelta a las carreteras que tenemos que coger ahora. Porque desde la calle Uría o desde la calle Fruela no se arregla nada. Que cojan su Audi oficial y vengan por aquí. Están invitados a pasar el invierno a gastos pagos. Y si alguno se pone malo, que vean cómo tiene que venir la ambulancia”.
Juan Camarero: “Desde la calle Uría o desde la calle Fruela no se arregla nada. Que cojan su Audi oficial y vengan por aquí. Están invitados a pasar el invierno a gastos pagos. Y si alguno se pone malo, que vean cómo tiene que venir la ambulancia”
Otro que lo deja cristalino es Patricio Pérez, que regenta una empresa de maquinaria agrícola y un desguace en Tineo que suman más de veinte empleados. Tira de sorna, pero su tono rezuma seriedad: “La pena es que no caigan tres argayos en cada carretera de Asturias. Sobre todo, uno en la calle Uría, otro en El Muro y otro en Avilés. Y en Laviana, 20; que no pudiera andar nadie”. Y pasa a explicar sus argumentos: “Para pagar impuestos somos iguales en toda Asturias, pero parece ser que para otras cosas en el Suroccidente no somos de tercera sino de décima división. El señor Barbón debiera ser presidente para todos los asturianos. Y lo que pasa aquí es vergonzoso, de escándalo”. Pérez cree que “todos los empresarios y autónomos de la zona tendríamos que ponernos en huelga, pero no de trabajo sino de pagar impuestos”.
Otros lo llevan con más resignación que indignación. “Ante la inoperancia, ¿qué vamos a hacer?. El tráfico se ralentizará aún más en La Espina. No queda otra. Vivimos aquí, es lo que hay y no nos lo van a solucionar”, afirma Raúl Ventorro, de Maderas Navelgas. “Resignado” también se siente Luis García, que gestiona la empresa Pellets Asturias, ubicada en el polígono tinetense de La Curiscada, junto a la única vía alternativa de conexión que ahora tienen allandeses y cangueses para ir hacia Oviedo. “Este argayo parece ya el colmo de la mala suerte. Si ahora ocurriera algo en la nacional 634 entonces quedaríamos aislados. O ya tendríamos que salir por la costa hacia Luarca, sabe Dios”, lamenta sin olvidarse del humor: “Este año nos va a tocar la lotería fijo”.
“Para cruzar, un mes. ¡Ay mi madre!”, espeta una mujer en La Espina, pueblo tomado ahora por un denso tráfico»
Avanza la tarde y el sol desciende sobre los valles tinetenses. “Es lo único bueno de estos rodeos infames que nos hacen dar: podemos parar a disfrutar de las vistas”, dice un vecino. La luz del día se va apagando pero el tráfico en el pueblo de La Espina sigue muy encendido. “Para cruzar, un mes. ¡Ay mi madre!”, le dice una mujer a Balbino Feito mientras intenta pasar al otro lado de la carretera que atraviesa el lugar y se ha convertido en vía de alta capacidad. “Esto es terrible. Subes de Salas hasta La Espina y no puedes ni adelantar. Ves un camión y van veinte o treinta coches detrás. Y esta carretera está como está”, advierte Feito, quien en su día llevó el bar de la gasolinera y vivió de primera mano la época de la nacional como principal vía de conexión con el Suroccidente. “Hemos vuelto a los años 70, cuando todo pasaba por aquí”, afirma.
¿Y cómo ve que hayan tenido que demoler el cercano puente de La Barrosa apenas once años después de su construcción? “Es una vergüenza”, responde rotundo.