A más autogobierno, más prosperidad; porque nadie mejor que nosotros para llevar lo nuestro; porque llegó la hora de asumir nuestra mayoría de edad, y porque ya toca emprender y dejar de mendigar para empezar a construir
Necesitamos un motor de primera. Los padres de la preautonomía, los redactores de nuestro primer Estatuto, los actores de aquella ya no tan joven democracia, reconocen ahora –cuarenta años después– que nunca pensaron en nuestro autogobierno como instrumento, como herramienta o como palanca para el desarrollo económico. Y que por eso no pidieron concierto fiscal, ni financiación adecuada, ni competencias ambiciosas ni nada de nada. ¿Y qué esperaban, entonces? ¿Qué tenían en la cabeza? ¿Con qué ánimo, objetivos y estrategias se sentaron en aquellos momentos a negociar? Nunca lo sabremos.
En cualquier caso, estamos a las puertas de un nuevo Estatuto y es tiempo de reconocer todo lo bueno, sensato y valiente que conseguimos hasta ahora en estas cuatro décadas y once legislaturas. Y, entonces, diseñar todo lo que nos queda por avanzar. Nuestra principal preocupación, con diferencia, es la prosperidad; el desarrollo económico: un empleo digno para todos. No queremos ver a nuestros hijos emigrar; necesitamos dejar de mendigar ayudas, inversiones y subvenciones; y debemos empezar a contribuir al común. De eso se trata: de prosperar, crecer y madurar para, así, disponer de trabajos, servicios y educación para todos. Y para eso, para todo eso, necesitamos instrumentos políticos útiles: partidos limpios, instituciones sólidas y un Estatuto de primera.
¿Tienen relación el autogobierno y el progreso económico? Según algunos –como solo vivimos de las pensiones, las subvenciones y las ayudas–, a más autogobierno más ruina general. Pues bien, yo sostengo exactamente lo contrario: que a más autogobierno más prosperidad; porque nadie mejor que nosotros para llevar lo nuestro; porque llegó la hora de asumir nuestra mayoría de edad; y porque ya toca emprender y dejar de mendigar para empezar a construir. Y no hablo de banderas, himnos ni fanfarrias: hablo de dinero, de crear empresas, de levantar proyectos y de gestionar con cabeza.
Tampoco faltan los que gritan que, con tanta descentralización, no hay más que desgobierno y despilfarro. Y lo puedo entender: diecisiete ejecutivos y legislativos no pueden traer más que complicaciones, así que por qué no volvemos a tener uno solo. Y es verdad que, como argumento, este de la unidad, resulta atractivo. Pero es falso: ya puestos, sería mejor tener un sistema que no cincuenta. U ocho mil. Claro. Si las autonomías son demasiadas, no veo por qué no suprimimos también –en nombre de la unidad, la coherencia y la racionalidad– a las cincuenta provincias con sus diputaciones, a los ocho mil ayuntamientos con sus consistorios o, ya directamente, a todos los gobiernos europeos en nombre de un gran gobierno europeo común. O mundial.
«Ninguno de nuestros grandes despilfarros tuvo que ver con la descentralización»
Como sea, volviendo a la tierra, ninguno de nuestros grandes escándalos, estafas y despilfarros tuvo que ver con la descentralización. Piénsenlo. El carbón y sus tramas siguen siendo competencia y responsabilidad del Estado. Igual que el AVE, los puertos o el aeropuerto. O las cercanías. Así que, antes de repetir eso de que gestionar bien lo nuestro nos viene muy grande y no podemos permitírnoslo y es mejor que lo sigan haciendo otros, como mamá Estado, por ejemplo, o la Unión Europea; o cualquiera que venga de fuera, que parece que a ellos no les cuesta (y algo de eso hay, porque lo pagan con nuestro propio dinero) antes de hacer todo eso, digo, pensemos solo en lo fácil que es superar lo hecho hasta ahora.
«Debemos reformar nuestro Estatuto para asumir más responsabilidades y hacerlo mejor que antes»
Porque eso es lo que tenemos que cambiar: reformar nuestro Estatuto para asumir más responsabilidades y hacerlo mejor que antes. ¿O van a decirme que no seremos capaces de mejorar lo que otros hicieron hasta ahora en cercanías, minería o lo que nos echen?