Por Inaciu Iglesias, en El Comercio
Siglas aparte, en todas las ocasiones en que los asturianos hicimos política, nuestra política, buena política, conseguimos cosas
Hace 1.300 años estábamos muchísimo peor. Y creamos un inexistente reino de los astures
Cuando dejamos que otros decidieran por nosotros, acabamos sumidos en una absurda decadencia
Necesitamos un cambio de mentalidad: madurar, recuperar protagonismo y confiar en nosotros mismos porque las cosas no tienen que estar siempre igual. De mal, digo. No vivimos condenados a la decadencia permanente y, para empezar, deberíamos dejar de hablar tanto de ella. Ya estamos hartos de oír lo mal que lo hacemos en nuestro pequeño y verde país. Que si no creamos empleo suficiente, pagamos demasiados impuestos, nuestros jóvenes emigran, nuestros palacios se caen, el campo está a su suerte y nadie nos hace caso. Así que vamos a no repetirlo más, olvidarnos de profecías auto-cumplidas, cambiar de discurso, dejar de señalar culpables y proponer soluciones basadas en nosotros mismos y en nuestra fuerza para dejar así de esperar que las respuestas nos caigan de no sé qué guindo ideológico. Hacer política, se llama eso.
Nada nuevo. Ya lo hicimos otras veces. Hace mil trescientos años los asturianos estábamos muchísimo peor que ahora, y tuvimos que decidir entre dejarnos gobernar por unos señores muy importantes, muy preparados y muy poderosos que ya mandaban en todo el mundo –de Poitiers a Persia– o plantarles cara y crear, solos, una estructura de poder propia; un estado soberano con todas sus complicaciones, un inexistente reino de los astures. Y lo hicimos. No sin esfuerzo tomamos la decisión valiente y gracias a eso hoy estamos nosotros aquí.
Porque todo suma, desde siempre formamos una cadena y dependemos unos de otros. Hace cien años, otros asturianos sentaron las bases de nuestro autonomismo, redactaron la doctrina asturianista y fundaron la Liga Regionalista. Y aunque bien poco se lo reconocemos, también gracias a ellos estamos nosotros aquí, ocupando nuestro lugar en el mundo, haciendo política, defendiendo lo nuestro desde escaños y tribunas sin pretender ser más que nadie, pero tampoco menos que los demás; orgullosos de lo que hicimos, de lo que somos y de lo mucho que tenemos que hacer: crear empleo, cuidar nuestro patrimonio y contribuir al común.
Y no está siendo fácil. Solo hace treinta años, y después de muchos fracasos, una coalición asturiana obtuvo representación en nuestro parlamento. Hace veinte años, y no sin conflictos, otra fuerza asturiana consiguió grupo parlamentario. Y hace diez años, también escándalos mediante, otro partido asturiano consiguió la Presidencia. Y no es tan difícil ver la continuidad de todo ello; siglas aparte y a pesar de las contradicciones y dificultades, la idea es siempre la misma, defender lo nuestro sin ir contra nadie. Pero, como digo, no es fácil.
Solo por hacer política asturiana nos llamarán localistas, o separatistas, o las dos cosas al mismo tiempo. Y no será la primera ocasión. Hace doscientos años, cuando –por cuarta vez en nuestra pequeña historia– los asturianos plantamos cara a otros invasores, como siempre, gente muy moderna, muy civilizada y muy abusona y con su parte de razón. Pero aun así lo hicimos: asumimos nuestra soberanía, enviamos embajadores y entramos en la modernidad defendiendo lo nuestro. Y nos hicieron sufrir por ello, nos quitaron hasta el nombre, y también gracias a ello estamos nosotros hoy aquí.
Por eso, que nadie nos diga que no se puede hacer. O que no se hizo nunca. O que somos unos ingenuos. Porque, siglas aparte, en todas las ocasiones que los asturianos hicimos política, nuestra política, buena política, conseguimos cosas. Y todas las veces que nos dejamos llevar para que otros decidieran por nosotros, acabamos sumidos en una absurda y complaciente decadencia. Así que maduremos, superemos los atajos y las maniobras y centrémonos, juntos, en construir lo nuestro con firmeza y constancia.
Se puede hacer y algunos ya estamos en ello.