Por Inaciu Iglesias, en El Comercio
Poco importa a quién pertenezcan las siglas FAC, o lo que signifique en inglés
Es indiferente porque cuando hablan así de nosotros a lo único a lo que se exponen es a sus propios complejos
Hay tres cosas que los asturianos no podemos hacer. No nos dejan hacer y por eso parece que ni sabemos ni queremos hacer: fundar empresas, hacer política y levantar nuestra bandera. Cada vez que lo intentamos alguien viene a reñirnos; alguien importante, sensato y pensante, que nos explica –desde su tribuna– lo tontos que somos, lo mal que lo hacemos y el desastre que nos espera si perseveramos en nuestros infinitos errores. ¿Cómo nos atrevemos? ¿Quién nos creemos que somos, pobres aldeanos, simples provincianos, rústicos asturianos que no fuimos ni ministros, ni cortesanos, ni delegados y ni siquiera estamos bendecidos por los que mandan? ¿A quién pedimos permiso y a quién vamos a pedir perdón para presentarnos a las elecciones y sentarnos en sus escaños?
Y no siempre fue así. Fuimos nosotros los que inventamos el sindicalismo moderno; lo importamos de Europa: y funcionó. Y fundamos empresas, bancos, navieras, grandes almacenes, cooperativas y un tejido de pymes y comercios que siguen siendo nuestro colchón. Y creamos partidos –como el reformista–, y construimos el parlamentarismo, y supimos defender lo nuestro. Pero ahora todo eso da igual. Ya no importa. No interesa porque, para algunos acomplejados, nuestra única misión en el mundo es agachar la cabeza, renegar de lo nuestro y esperar instrucciones.
Y por eso cada vez que –como asturianos– nos atrevemos a levantar la frente y nuestra bandera nos acusan de todos los males. Poco les importa lo moderados, prudentes, ejemplares, educados o discretos que seamos. Los que nos quieren obedientes y pasivos nos seguirán insultando desde sus columnas llamándonos autocomplacientes, iluminados, separatistas, ensimismados, rencorosos, traidores, estafadores, oportunistas y vendidos a los de la gaita, el pesebre y el chiringuito. Y nos
Fundamos empresas, bancos, navieras, grandes almacenes, cooperativas…
Los que nos quieren obedientes y pasivos nos seguirán insultando
acusarán –a todos– de dejarnos convencer por los cantos de sirena de un nacionalismo rancio, belicoso, de perro guardián de las esencias que nos impide centrarnos en lo importante: el empleo, las pensiones, la industria, la educación o el declive poblacional. Y nos reprocharán seguir embarcados en proyectos que, según ellos, ya deberían estar muertos porque nosotros los matamos y pervertimos su esencia para «aprovecharnos de la debilidad orgánica e institucional de un partido para hacer política basada en mitos y sentimientos en vez de en argumentos». Y da igual que la lucha contra la corrupción sea –según ellos– su prioridad número uno; porque nos acusarán precisamente de destaparla. Y ya está. Y desde su atalaya nos condenarán por cometer tres grandes pecados: perder votantes, arruinar la economía y dividir a la política. Y, sin juicio previo, nos condenarán por el peor de los crímenes: romper el sistema. Ese es nuestro gran y único delito por el que debemos penar; quebrar el ‘estatus quo’: atrevernos a arruinarles la fiesta a los que mandan y a los que les obedecen.
Y de ahí viene toda su rabia, rencor y oposición; de que no nos conocen, de que no nos controlan, de que no nos mandan. No es por el nombre. Poco importa a quién pertenezcan las siglas FAC, o lo que signifique en inglés, o quién fue primero: el huevo o la gallina. Es indiferente porque, cuando hablan así de nosotros, lo único que exponen son sus propios complejos: no están abriendo un debate, ni desgranando argumentos, ni dejando a la gente opinar; simplemente nos quieren callados. Y no me refiero a las personas concretas, que ocupan ciertas responsabilidades, en un partido político determinado aquí y ahora. No. A quien quieren callados es a todos nosotros. A usted y a mí. A la gente normal. A los asturianos todos.
Y no. Eso va a ser que no.