Por Francisco Rosell, en El Mundo
Aprovechando la presentación este viernes en Sevilla, durante la Asamblea de Academias de la Lengua Española (ASALE), de la nueva edición de la gran obra cervantina que ha dirigido el filólogo Francisco Rico, quizá convenga reparar este domingo electoral en el conocido pasaje en el que un crédulo Sancho Panza, con su poca sal en la sesera, se muestra dispuesto a asumir el gobierno de la ínsula Barataria que hace como que le otorga el burlón duque de Villahermosa. Al aceptar el ofrecimiento, el buen escudero dice que no le tienta tanto la codicia como «el deseo que tengo de probar a qué sabe el ser gobernador». Su argumentación es muy elemental, pero comprensible en su simpleza: «Yo imagino –arguye– que es bueno mandar, aunque sea a un hato de ganado».
A este propósito, y como parte de la encamisada que el duque trama contra alma tan cándida, aquel noble sin nobleza le abunda en que es «dulcísima cosa el mandar y el ser obedecido». Empero, aun siendo mucha y grande la predisposición del incauto agraciado –«Venga esa ínsula, que yo pugnaré por ser tal gobernador»–, pronto deberá retornar Sancho a su condición de escudero de a pie. Siendo de buen conformar, a diferencia de su señor don Quijote, constata como «ésta que llaman por ahí Fortuna es una mujer borracha y antojadiza, y, sobre todo, ciega, y así, no ve lo que hace, ni sabe a quién derriba, ni a quién ensalza». Fueron las mismas vueltas y revueltas del destino que desbarataron las glorias soñadas por el ingenioso hidalgo y que, a la postre, le haría caer de la cabalgadura de Rocinante para jamás levantarse.
Entreverando estas sublimes páginas cervantinas con la actualidad del momento, se puede colegir que hay gobernantes que hacen del disfrute del poder su objetivo primordial. Por eso, haciendo propias las palabras del gran escritor francés Paul Valéry referidas al pesimismo generalizado en la Europa de 1945, «nuestra esperanza es vaga y nuestro temor es preciso» sobre la frívola repetición electoral promovida por un presidente en funciones como Pedro Sánchez que se ha dado este capricho sin sentido.
Lo ha hecho a cuenta del votante y del contribuyente cuando, a raíz del desenlace de abril, dispuso de la oportunidad única de consolidar mayorías a derecha e izquierda. No quiso hacerlo tras su fraudulenta moción de censura Frankenstein conformada con el exclusivo propósito de ir a las urnas con todos los instrumentos electorales bajo su control: desde Correos a la televisión pública, sin olvidarse del CIS o del INE. Todo ello lo ha empleado hasta el abuso de ser el primer presidente reprobado por la Junta Electoral sin que tal apercibimiento le haya supuesto, por lo demás, ningún freno para quien todo él se revela fraudulento como su tesis doctoral. Ya lo advierte el adagio latino: «Falsum in uno, falsum in omnibus» («Quien falsea un punto, los falsea todos»).
A modo de gran hermano orwelliano, multiplicando compulsivamente sus apariciones hasta la extenuación y el hartazgo, ha comprometido la independencia de determinados medios a los que ha arrastrado a ser parte de su departamento de propaganda al acudir a su rescate cada vez que lo ha precisado. Así, entrevistar al presidente en funciones ha sido más un baldón que un mérito periodístico. De este modo, cuando todo lo tenía a favor, ha perseguido «rechazar la evidencia de nuestros ojos y oídos», como decía el personaje orwelliano.
Jugando de farol, Sánchez ha tratado de disimular una repetición que tenía adoptada desde hace seis meses para que, a modo de segunda vuelta, le aprovisionara de una ración mayor de votos con el que gobernar libre de pies y manos. Sin que los españoles tengan claro que pretende hacer con ese cheque en blanco que reclama con solo culpar a los demás de lo que a él exclusivamente corresponde. Eligiendo fecha, con su correspondiente sucesión de hechos fácilmente previsibles, y escogiendo terreno de juego, Sánchez se ha enredado y trata de salir del atolladero apelando al voto del miedo. Como en el cuento del Pedro y el lobo, se ha ganado por méritos propios que nadie le escuche esta vez, después de tanto engaño.
Para tapar sus planes ocultos, como hizo en abril, Sánchez pulsa el botón del pánico con la excusa del crecimiento de Vox. De este modo, no sólo oculta a quienes les debe ser presidente en funciones –Unidas Podemos y soberanistas, incluido el brazo político de ETA–, como le recuerdan sus socios de moción de censura, sino a quienes buscará para que le asistan si es la lista más votada, como vaticina la demoscopia. No supone ninguna novedad, desde luego, en un PSOE que, indefectiblemente, ha apelado el voto del miedo en prácticamente todas sus campañas. Primero se divide a la sociedad, como intenta con la exhumación de cadáveres de la Guerra Civil tras hacerlo con los restos del dictador Franco, y luego se explota demagógicamente esa partición atizando prejuicios y sembrando el miedo contra el adversario al que se le señala como enemigos anteponiendo los sentimientos a la razón. Ahora, en una votación clave en la que se juega el ser o no ser, tampoco iba a renunciar a esa arma para torpedear una eventual alternancia de Gobierno. Si Montaigne opinaba que el miedo, unas veces pone alas en los pies mientras otras deja clavados, no cabe duda de que el peor de los miedos es la resignación.
Pensar que, caso de repetirse unos resultados parejos a los de abril, Sánchez ahorme una entente constitucionalista con PP o con Cs, es ignorar que su estrategia pasa por trazar una «y» cuyos ramales le conecten respectivamente con el PNV y con ERC. Por eso, no cabe el antecedente de la abstención que el PSOE prestó a Rajoy en 2016.
A este respecto, conviene no perder de perspectiva que, desde el Pacto del Tinell que hizo president a Maragall, ERC supedita al PSC, al que le ha impuesto su relato; y éste, a su vez, ha hecho subalterno de su estrategia al PSOE. Volverá a pactar con ERC y, si menester fuera, retornará a la claudicación de Pedralbes. De hecho, Sánchez ha descubierto lo buena gente que es Aragonès, la nueva cara de ERC, como si éste no tuviera nada que ver con Junqueras. Confunde interesadamente el pleito por el liderazgo del independentismo con que las fuerzas separatistas catalanas tengan distintos objetivos. ¡Cómo olvidar que fue Junqueras quien empujó a Puigdemont cuando éste iba a convocar comicios para evitar la aplicación del 155!
Si algo quedó meridianamente claro en el debate a cinco del lunes, como se constató a preguntas de Casado, es que Sánchez la única hipótesis de pacto que no descarta –negó que vaya a hacerlo con el PP, Cs e incluso con Unidas Podemos– es con ERC, de la misma manera que su negativa a responder sobre cuantas naciones contempla la España plurinacional que le ha impuesto el PSC se explica a fin de que el reconocimiento de la nación catalana que le exige el independentismo no le cause ningún perjuicio electoral fuera de Cataluña. Si no hay desgracia mayor que ser ciego en Granada, no hay, por contra, felicidad mayor que hacerse el ciego en política.
En esas trapacerías, nadie debiera ver una metedura de pata su jactancia de que traerá a Puigdemont a España. Como manifestó en el debate y remachó con arrogancia desmedida en RNE pisoteando la independencia de la Fiscalía (y, de paso, la dignidad de su achicado entrevistador). Es sabedor de que el Gobierno no ha podido doblarle el brazo al Ministerio Público (singularmente a los irreductibles Cadena, Madrigal, Moreno y Zaragoza), poniendo en la picota a la Fiscal General del Estado, María José Segarra, a los ojos del Gobierno que la designó. Al contrario, como ya se apercibieron algunos juristas con unas manifestaciones previas de la vicepresidenta Calvo sobre que España adoptaría medidas contra Bélgica si no entregaba al prófugo de Waterloo, lo que Sánchez hacía era servirle en bandeja los argumentos a la defensa de Puigdemont para dificultar su repatriación a España.
De este modo, Sánchez atropella así la independencia judicial española y la pone en solfa en el ámbito internacional al municionar los requerimientos independentistas de cara a su recurso en Estrasburgo. Por lo demás, tampoco ERC ve con buenos ojos la repatriación de Puigdemont en su pulso por la hegemonía del secesionismo en unas elecciones catalanas que esperan adelantar forzando la salida de Torra, si es que antes el valido de Puigdemont no es inhabilitado por su desobediencia a la Junta Electoral Central.
No se puede achacar, pues, al cansancio su «¿La Fiscalía depende del Gobierno?… «Pues ya está» cuando antes se había manifestado en contra de la instrumentalización ante la requisitoria de los secesionistas. Así, en medio de las negociaciones de los Presupuestos del Estado, el vicepresidente de la Generalitat aseguró que el Gobierno podía «jugar un papel clave» como «parte del proceso judicial contra los independentistas», dado que «la Abogacía del Estado y la Fiscalía siguen su orientación». «No tiene mucho sentido –aseveraba Aragonès– que,por un lado, se le esté pidiendo a ERC que vote las cuentas y, por otro, se avale la prisión de su líder. Si Junqueras es un buen socio para los Presupuestos, no puede ser un rebelde maligno que tiene que pasarse 30 años en prisión».
Los intentos del Gobierno de persuadir a Segarra, recién nombrada merced a sus buenos servicios al PSOE en Andalucía, para que rebajara la acusación de los fiscales del 1-O fracasaron ante la berroqueña posición de éstos. Ello llevó a la jefa de la Fiscalía a argüir que ella no podía echar por tierra todo un año de trabajo de sus subordinados. En vista de su falta de autoridad, según el Gobierno, la ministra Delgado maniobró a través de la Abogacía del Estado destituyendo al letrado Edmundo Bal por negarse a retirar su solicitud de rebelión y reemplazarla por sedición. Justo lo que pretendían los independentistas y ha acordado unánimemente el Tribunal Supremo, pero que ha movilizado con la misma radicalidad al separatismo que si la condena hubiera sido por rebelión. Incluida esa cédula terrorista que iba a tomar el Parlament el día de la sentencia en connivencia con Gandalf Torra y Lisa Puigdemont, según el sumario que instruye García Castellón.
En muchas ocasiones, el deseo de obtener un determinado resultado puede provocar efectos contrarios a los buscados. Así, basta proponerse no pensar en un oso blanco para que, según anotó Dostoievski, el dichoso plantígrado sea una fijación. No es menor la paradoja del candidato que, por tratar de evitar una situación embarazosa, acaba precipitándola, si es que no la agrava. Les ha ocurrido a muchos gobernantes que, persiguiendo arramplar con todo, se vieron arrumbados en el desván de la historia. Por un mal cálculo, obraron un pan como unas tortas. Habrá que ver cómo resultan los cálculos redondos de un temerario presidente y, si no, se revelan picudos hasta hacer que, en este mes de difuntos, «los muertos que vos matasteis gozan de buena salud», como con Don Juan Tenorio.