Por Inaciu Iglesias, en El Comercio
Estábamos rodeados de héroes y no lo sabíamos. Bueno, saberlo, lo sabíamos; pero no nos habíamos dado cuenta: atrapados en la rutina del sistema no le dábamos importancia a lo básico. Así éramos: ciegos. Y tontos. Hasta ahora que, por un virus revoltoso, descubrimos que estamos rodeados de lo mejor: de gente que da todo de sí, de personas que están a la altura de las circunstancias, de héroes que responden cuando toca. Y, bueno, también hay de los otros: mediocres más empeñados en buscar culpables que en encontrar soluciones. A esos, nada. Ni caso.
Son tiempos complicados. Casi la mitad de la humanidad -que se dice pronto- estamos confinados en casa. O haciendo trabajos esenciales. O las dos cosas a la vez. Cumpliendo con nuestro deber, respondiendo, animando a los otros y -qué cosa tan difícil- predicando con el ejemplo. A eso héroes me refiero: a los que están al lado nuestro; sin darse importancia. Como Carmen, que esta misma semana tuvo que despedir a su madre. Sin abrazarla. Sin un funeral como dios manda. Sin que sus amigos pudieran visitarla. Eso sí que es heroísmo. Como el de Rebeca, que le grabó a Carmen un vídeo con los aplausos y el cariño de todos sus compañeros de trabajo. Todos ellos héroes también que dan lo mejor de sí mismos y que ahora saben –mira tú por donde- que pertenecen a un sector esencial. Médicos, limpiadores, tenderos, enfermeros, conductoras, reponedores, científicas o policías… Todos ellos héroes que ahora saben –decreto ley mediante- que seguir trabajando en lo que siempre trabajaron no es ningún privilegio: es solo una responsabilidad; una gran responsabilidad.
Tenemos que valorar mejor lo importante, distinguir lo principal de lo accesorio y conocer la diferencia entre la vida y la muerte. Porque, al hacerlo, vamos a reconocer mejor a todos esos héroes que nos rodean. Vamos a entender mejor todos esos trabajos, oficios y tareas que, en el mejor de los casos, antes no valorábamos bastante. Y son tareas, oficios y trabajos que siempre fueron esenciales por una sola razón: porque todos lo son. Todos son dignos. Todos sirven para algo. Todos son importantes.
A mí en casa me toca hacer los baños. Y, en la empresa, garantizar que el suministro de un producto –que ahora es esencial- no se interrumpa. Como siempre; una cosa sin importancia, una tontería: fabricar cajas de cartón para que productos de todo tipo puedan llegar a su destino. Porque, en momentos así, hasta lo más humilde se convierte en imprescindible. En básico. En esencial. Y entonces –insisto- aparecen esos héroes que nos rodean: esas personas normales que en circunstancias tan anormales ofrecen lo mejor de sí mismos. Profesionales que saben anticiparse a los problemas. Ciudadanos que se apoyan unos a otros con un video o unos aplausos. Gente que asume retos, carencias y sacrificios de verdad. Y todo con rigor, disciplina y entrega.
No sé lo que van a hacer ustedes, pero yo nunca voy a olvidar estos días. Y cuando, más pronto que tarde, superemos esta situación nos tendremos que acordar de cómo lo hicimos entre todos: con aciertos, fracasos y problemas. Gracias a todos esos héroes anónimos. A todos esos. A todos esos que hacen mucho y dicen poco. A todos esos propietarios que perdonan sus rentas. A todos esos funcionarios que funcionan más allá de su deber. A todos esos vecinos que se apoyan unos a otros sin tonterías. A todos esos les debemos agradecimiento. Y a los otros, a los boborolos que no saben ni estar ni apoyar ni mandar; a esos, ni caso.