Por Isidro Martínez Oblanca, en El Comercio
Hace pocos días dije en público que Gijón es la única ciudad del mundo con metro cuyo túnel lleva 12 años construido y desmantelado por el Gobierno socialista de turno, tras cada intento de otro Gobierno para ponerlo en servicio. Mientras la Unión Europea (UE) amenaza con sancionar a España por la mala calidad del aire de sus ciudades, los socialistas se empeñan en que Gijón no disponga del Metro que reduciría las emisiones de vehículos en sus calles, mejoraría sustancialmente la movilidad de los gijoneses y ayudaría a descongestionar el tráfico en el casco urbano de la villa de Jovellanos.
El abandono del túnel del metrotrén se remonta al año 2007 y es fiel reflejo del desinterés socialista por un transporte fundamental para el siglo XXI, tanto para Asturias como para España. El pretexto para paralizar y dejar sin uso una inversión ya ejecutada de más de cien millones de euros fue, repito, hace ya más de 12 años, la prolongación del recorrido desde Viesques hasta Cabueñes. Sin embargo, no hicieron nada más; paralizaron las obras y dejaron que se inundase el túnel de casi 4 km. No hay, como señalé al principio, caso similar en el mundo.
Mientras tanto, en Europa nos marcaban el camino a seguir. En 2013, el estonio Siim Kallas, vicepresidente de la Comisión Europea responsable de Transportes, declaraba que «el sector ferroviario europeo se acerca a una encrucijada muy importante. Ante el estancamiento o retroceso del ferrocarril en muchos mercados de toda Europa, tenemos una opción sencilla. Podemos adoptar las decisiones difíciles que necesitamos para reestructurar el mercado ferroviario europeo, fomentar la innovación y prestar mejores servicios. El ferrocarril podrá así crecer de nuevo en beneficio de los ciudadanos, las empresas y el medio ambiente. O podemos escoger la otra vía. Podemos aceptar un declive irreversible sobre una pendiente resbaladiza hacia una Europa en la que el ferrocarril sea un juguete de lujo para unos pocos países ricos, e inasequible para la mayoría ante la crisis de la financiación pública». Eran tiempos en los que la Comisión Europea anunciaba un paquete completo de medidas para ofrecer mejor calidad y más posibilidades de elección en los servicios de transporte ferroviario, porque consideraba que el ferrocarril jugaba un papel clave en la UE para tratar la creciente demanda de tráfico, la congestión, la seguridad del abastecimiento y la descarbonización, en un momento en que muchos mercados ferroviarios europeos se enfrentaban al estancamiento o al retroceso.
Lo que probablemente no sabía entonces el eurocomisario Kallas era que quince años antes España ya había puesto en marcha el Plan de Infraestructuras de Transporte del Gobierno de Aznar, que luego impulsó Álvarez-Cascos desde el Ministerio de Fomento, que se adelantaba a apostar por el ferrocarril de alta velocidad y que también daba un gran impulso a los ferrocarriles de cercanías y al metro. En aquella época, en 2009 en otras ciudades españolas como Málaga o Sevilla, por iniciativa del Gobierno socialista de la comunidad autónoma, ya había entrado en servicio el metro. En cambio, los socialistas asturianos y gijoneses se dedicaban a paralizar el metrotrén, un proyecto singular que coordinaba a todas las administraciones para modernizar las cercanías y crear el metro, proyecto del que ya se habían construido en Oviedo las nuevas estaciones de Llamaquique y La Corredoria, y en Gijón desde 2007 estaba finalizado el túnel con varias estaciones entre El Humedal y Viesques. Subrayo el dato: las tres administraciones –Ministerio, Principado y Ayuntamiento– en manos socialistas, paralizaron el metrotrén No contentos con eso, nadie puede olvidar que, a principios de 2011 los tres gobiernos socialistas al unísono también eliminaron la antigua estación de tren de la plaza del Humedal y nos endosaron el chamizo impresentable de una estación provisional en la calle Sanz Crespo, que, además de complicar el tráfico rodado suprimió un acceso viario a la ciudad, espantó a los usuarios del ferrocarril y es indigna de una población como Gijón, que añade a sus propias características la de tener una gran vocación turística.
Se consumó el disparate doble de pretender potenciar el ferrocarril de cercanías en Asturias paralizando elm etrotrén urbano y perjudicando la captación de viajeros, al renunciar sucesivamente a la centralidad de sus estaciones en Gijón. Con la agravante de incumplir el acuerdo de ubicar la futura estación intermodal en la proximidad del Museo del Ferrocarril, que se había adoptado por unanimidad del conjunto de fuerzas políticas gijonesas.
Llegado a este punto, que nadie me interprete mal: los gijoneses no estamos ante un problema ideológico de la izquierda. El alcalde Julio Anguita (PCEIzquierda Unida) se enfrentó en 1992 a Felipe González para mantener la centralidad de la estación del AVE de Córdoba, y lo consiguió. Entender o despreciar la centralidad ferroviaria y las grandes ventajas de favorecer el uso ciudadano del ferrocarril de cercanías y el metro en Gijón es fundamentalmente un problema de incompetencia y de ceguera de la izquierda gijonesa y asturiana. Pero no dejo de pensar que, además, es una cuestión de revanchismo y complejos hacia un proyecto de nivel europeo para modernizar Gijón cuyo único pecado es que lo concibieron y lo impulsaron otros.