«¡Mujer tenías que ser!». «¡Sirve primero a los hombres!». «Vete para casa a terminar de hacer la comida que yo voy ahora». «Tú llegas a las doce, pero tu hermano más pequeño puede llegar más tarde porque es hombre». «Han contratado al chico que estaba en mi entrevista de trabajo sin tener formación y me han dicho lo eligen por ser hombre que yo me quedaría embarazada y le costaba más a la empresa…». «Están pagando más salarios en la empresa a los compañeros varones con el mismo puesto que yo». «Abuela, ¿por qué las mujeres no tenían derecho a votar como los hombres? Por ser mujeres». «¿Por qué nuestras abuelas y madres no podían tener cuentas bancarias a su nombre? ¡Por ser mujeres!»…
Estas son solo algunas de las miles de situaciones que las mujeres, como yo, nacidas en la década de los 60, hemos vivido en primera persona. Por supuesto, la infravaloración de la mujer por el mero hecho de serlo es una circunstancia que viene impuesta desde mucho antes. Hemos avanzado en este largo y duro camino por conseguir nuestro sitio, pero por desgracia seguimos sin obtener la plenitud de derechos. Por ello, cada 8 de marzo se conmemora en el mundo la lucha de las mujeres por la igualdad, el reconocimiento y ejercicio efectivo de sus derechos, que se hizo oficial en 1975 por las Naciones Unidas. Hoy toca reivindicarlo, y el resto del año, seguir trabajando por ello.