«El monte arde porque hay combustible, no por el cambio climático o porque alguien lo quema», dice el exdirector de Medio Ambiente de Extremadura
Ya llueve sobre lo quemado, pero pensando en que además del fuego no se apague otra vez un debate capital para el futuro del medio rural asturiano, Francisco Castañares ha venido a responder su propia pregunta, formulada de muchas maneras en los últimos días en Asturias. «¿La responsabilidad es de quien prende para tener pasto fresco para sus reses o de quien gestiona los montes y los tiene en tal condición que cualquier chispa puede provocar un gran incendio? Como poco, es compartida, pero yo empezaría por los responsables de la gestión forestal, que son los que nos han traído hasta aquí». Castañares (Serradilla, Cáceres, 1960) es empresario y presidente de la Asociación Extremeña de Empresas Forestales y del Medio Ambiente, pero antes tuvo veinte años de carrera política en el PSOE. Fue alcalde de su pueblo, diputado autonómico y, como director general de Medio Ambiente, impulsor del primer plan de lucha contra los incendios en Extremadura, el Infoex.
Invitado por Foro Asturias, hoy pronuncia en Oviedo (cibercentro de La Lila, 19:00 horas) la conferencia «¿Tienen solución los incendios en Asturias?» Para la reflexión previa deja de entrada su convicción de que «si los montes hubieran estado bien gestionados, se habría quemado alguna hectárea, pero no se habrían desatado esos incendios tan intensos.
El monte se quema porque hay combustible, no por el cambio climático o porque haya gente que lo prende. Si lo prenden y no hay combustible disponible para arder, o hay menos de diez toneladas por hectárea (el umbral que asegura la extinción), el fuego se apaga fácilmente».
El fuego «amigo». ¿Se quema Asturias o la queman? «Estamos tendiendo a criminalizar el fuego y a quien lo usa», responde el experto extremeño, y el fuego «no es nuestro enemigo. Es un mecanismo de autorregulación que la naturaleza utiliza para evitar que el crecimiento excesivo de la vegetación la colapse». Cuando el matorral crece y se acumula, «llega un momento en el que el suelo no tiene alimento suficiente para mantener tanta carga de vegetación
viva como ha crecido en él. Entonces se seca y queda en disposición de arder» con «cualquier chispa, natural o involuntaria». Los que usan el fuego en el campo «como mecanismo para gestionar esa vegetación no son criminales. Ésta es su dinámica de supervivencia». Algo natural. Algo que la naturaleza necesita y que también ejecuta por sí misma y sin ayuda humana con tormentas y rayos. Los grandes incendios del año pasado, reflexiona, «fueron
provocados por rayos». Porque «donde los rayos prenden es donde hay más combustible, donde más necesario es que la vegetación se queme de cara a la autorregulación de la naturaleza».
La «ley seca». No tarda en volver al discurso la amarga queja recurrente en el medio rural sobre la inflación de la prohibición. «Si no se permite limpiar mecánicamente o con el fuego, quedan dos alternativas», sigue el experto, «irse o aplicar el fuego de manera clandestina. Es como la ley seca en los años veinte en Estados Unidos. No impidió la venta de alcohol ni que creciera el crimen organizado. Lo mismo pasa con los incendios. El que prende para quemar la vegetación que le estorba lo va a seguir haciendo. Y si no puede legalmente, lo hará de noche. ¿Qué hacer entonces? «Legalizar eso que siempre fue legal y es natural. Basta ya de que el medio urbano y los que no conocen el campo nos impongan cómo quieren que gestionemos el monte», proclama.
La paradoja de la extinción. Si seguimos como hasta ahora, invirtiendo sobre todo en extinción, «cuantos más medios tengamos y más eficaces seamos para apagar los fuegos que podemos apagar, los pequeños, más grande será el incendio que vendrá. Es la paradoja de la extinción. Si no sacamos el exceso de combustible forestal del monte ni
permitimos que se queme, tarde o temprano llegará un incendio que no podremos controlar». En 2022, «el 98 por ciento de los incendios quemó el dos por ciento de la superficie afectada. Pero el dos por ciento restante quemó el 98 por ciento de la extensión total, 300.000 hectáreas. Apagamos los que podemos apagar, no sacamos el combustible y éste crece, en Asturias a una velocidad de hasta doce toneladas de vegetación nueva por hectárea cada año…».
Bomberos para las quemas. «El mejor combate con eficacia está en la prevención», sentencia Castañares, y aporta una sugerencia. En temporadas bajas de incendios, «los medios de extinción podrían ayudar a los ganaderos a evitar que se acumule el combustible haciéndoles las quemas prescritas» y enseñándoles las técnicas correctas.
El bumerán de los acotamientos. Lo que en modo alguno percibe como solución es la recuperación de los acotamientos al pastoreo de las zonas quemadas, que el Principado se ha abierto a estudiar. Por las mismas razones expuestas, «si un monte se quema y no se controla desde el principio con animales o mediante la acción humana, lo que antes era un polvorín será al rebrotar, en cuatro, cinco o seis años, un polvorín multiplicado por dos, con una carga de combustible mucho mayor».
¿Pero quién quema con sequía y viento sur? Cabría oponer a sus tesis que nadie con conocimiento del terreno y sensatez quemaría en Asturias en unas condiciones como las de hace dos semanas, con sequía y rachas de cien kilómetros por hora de viento sur… No, responde, «salvo que los informativos digan que va a
llover al día siguiente de manera abundante». Luego pasó lo que pasó, y Castañares aclara que sus tesis no excluyen «que haya intención criminal en algunos casos. Pero eso es un problema de la Guardia Civil y los jueces. Nosotros debemos debatir sobre las causas de verdad, las profundas, las sociales e incardinadas en el origen de las actividades que mantienen en el medio rural esa cultura (de la quema), que no es mala».
¿«Terroristas a tiempo parcial»? Después de sus veinte años de ayuntamiento, gobierno y parlamento, Francisco Castañares no volverá a la política «ni aunque me lleve la Guardia Civil». Más allá de la broma, sabe por experiencia que «la política tiende a echar las culpas fuera» y recuerda las tesis de los locos incendiarios que surgieron en la oleada de 2017, que venía de Portugal. Aquella vez fue el presidente de Galicia, entonces Alberto Núñez Feijóo, el que, como Adrián Barbón ahora, habló de «terroristas». «Ni el de Portugal, Antonio Costa, ni el del Principado, Javier Fernández», hicieron lo mismo. El caso es que esos supuestos terroristas, afirma, no vuelven a aparecer hasta pasados unos años, justo «cuando la vegetación vuelve a crecer». «Parece que son terroristas a tiempo parcial», bromea. «Igual los tienen que hacer fijos discontinuos… No es serio».
La energía del monte. Queda una recomendación para el largo plazo, una respuesta para el monte en «los nuevos usos energéticos» del combustible forestal. Se parecen bastante a los viejos –calentarse, cocinar– y tienen un potencial que se enuncia con datos: «Los bosques españoles producen al año una cantidad de vegetación que en términos energéticos equivale a 105 millones de barriles de petróleo. El monte podría suplir el 20 por ciento del petróleo que consumen cada año los españoles».