Por José Luis Magro, en El Comercio
«El Reye es el Jefe del Estado, símbolo de su unidad y permanencia, arbitra y modera el funcionamiento regular de las instituciones, asume la más alta representación del Estado Español… y ejerce las funcíones que le atribuyen expresamente la Constitución y las leyes». (Constitución Española, Artículo 56.1).
Si hay hechos que los medios de comunicación se han encargado de servirnos como postre a los españoles, han sido los pitidos, los abucheos y los insultos proferidos al Jefe del Estado, el Rey Felipe VI, cuando cumplía con sus obligaciones ejerciendo «la más alta representación del Estado Español». Los sucesivos Gobiernos de España han hecho la vista gorda sobre acciones que son verdaderos atentados a la democracia. Y se le ataca cuando se anteponen las razones de clase, de lengua, o de hipotética soberanía, masacrando el principio de igualdad ante la ley de todos los ciudadanos. Hemos observado con asombro cómo los tres últimos Presidentes de la Generalitat -que lo son en virtud de la misma Constitución por la que el Rey Felipe VI es Jefe el Estado- han montado el numerito de sus zafios desplantes al Rey, para exhibir ante los suyos que lo rechazan como su legítimo representante.
El Poder Ejecutivo, por no aplicar la ley, ha traicionado a miles de españoles y catalanes, al no poder vivir como ciudadanos libres e iguales en Cataluña. Se aglutinó la crédula estupidez de Zapatero, la tibieza de Rajoy y este ‘ansias’ de Pedro Sánchez, con la desvergüenza y la osadía de los separatistas y comunistas, para generar este ‘sindios’ social, político y ético en el que estamos inmersos.
Al ser todos ellos conscientes de que esta estrategia podía apearlos del poder, tuvieron la pueril ocurrencia de silenciar a quien antepuso el respeto a la ley para defender nuestra libertad sobre los políticos, que priorizaban su propia conveniencia a la justicia.
Silendus est rex. Hay que ir haciendo callar al Rey para conseguir que el pueblo -los votantes- lo vayan viendo como una figura prescindible. Cuantos menos telediarios se den al Rey, más tendrá el ‘ansias’ de turno.
Esperar una voz discordante en diputados autonómicos, nacionales o en los senadores de estos partidos, es pura utopía. Los rebaños de la mesta siguen siempre por las vías pecuarias al tener asegurado el forraje, o la dentellada de los perros, si se alejan.
No somos monárquicos, ni tampoco republicanos. Estamos a favor de la Monarquía parlamentaria o estamos a favor de la República. La naturaleza ha dado a los seres humanos la capacidad de poder conocer por adelantado las consecuencias de sus actos y de sus decisiones. Por eso somos libres y responsables. Y defiendo aquí y ahora el artículo 56.1 de la Constitución para que sea un Rey quien ostente la Jefatura del Estado y asuma su más alta representación, porque la figura alternativa no dejaría de ser un ‘primus inter pares (el primero entre iguales) entre los muy crecidos 18 presidentes que tenemos en España. Y como no soy y sí estoy, puedo cambiar de opinión y de voto cuando las circunstancias sean distintas.
Este viernes se hará entrega, en el Teatro Campoamor de Oviedo, de los Premios Princesa de Asturias. Gracias a la inteligencia y a la constancia de todas las personas implicadas con la Fundación desde su creación (24 de septiembre de 1980), han conseguido que sus premios sean reconocidos internacionalmente como los mejores en su género. Un año más se agotarán las entradas. Estarán los medios de comunicación realizando entrevistas y reportajes del solemne acto. Se escucharán los prolongados aplausos a los oradores y las felicitaciones a los galardonados. Pero una vez bajado el telón, esos sabios consejos carecen del eco suficiente como para convencer a los españoles de que el paradigma político- social que tenemos y que tan certeramente defienden es la mejor opción.
La Fundación debe abordar cómo hacer llegar a todos los españoles durante los 364 días restantes del año ese inmenso legado ético, social, literario, político, artístico y científico que atesora.
Semejante iniciativa podía llamarse ‘Aulas para el diálogo’. Su meta sería superar el conocimiento fundamentado en el mundo de las imágenes, de las apariencias, de las voces y de los gestos, para encaminarnos al verdadero entendimiento a través del diálogo profundo entre los diferentes paradigmas científicos, políticos y sociales que se han defendido en el Campoamor durante los 39 años de existencia de los Premios Princesa de Asturias.